Claudia Sheinbaum heredera política de Andrés Manuel López Obrador, segura presidente de México México ha iniciado la campaña electoral que desembocará en el resultado más interesante de su historia: una mujer saldrá elegida presidenta el 2 de junio, algo inédito en toda Norteamérica. El combate político lo librarán Claudia Sheinbaum, que releva en el partido Morena al actual presidente, y , quien encabeza la alianza que reúne al derechista PAN, al exangüe PRI y al minoritario e izquierdista PRD. En esta carrera, Sheinbaum parte con 30 puntos por encima de su rival en las encuestas más ventajosas, un listón difícil de superar. La ciudadanía está satisfecha con los miles de ayudas sociales y becas recibidas en estos años y la oposición se ve incapaz de romper ese muro. Tan es así que la candidata Gálvez se pinchó un dedo en directo en su apertura de campaña y con la sangre selló en un pliego el compromiso de no echar abajo los apoyos sociales que hoy liman un poco la pobreza del país. Ante notario y ante miles de seguidores. Tal espectáculo sugiere el temor de la oposición a que los mexicanos renueven su confianza por otros seis años al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que hoy abandera Sheinbaum, con lo que podría asegurarse que el país escapa definitivamente de las riendas del PRI y de la recurrente alternancia con gobiernos del PAN durante décadas. La inercia de la enorme victoria que cosechó en 2018 Andrés Manuel López Obrador y su llamada Cuarta Transformación mexicana no ha menguado y es la que permite navegar con comodidad a una candidata en cuyo programa —incluso sus gestos políticos— se compromete a “consolidar el camino avanzado por el presidente” en el sexenio actual. Su legado, sin embargo, tiene luces y sombras. El mayor fracaso ha sido la lucha contra la violencia, con un promedio de 100 muertos al día, que superará la cifra total del sexenio anterior. No por nada el eslogan de la oposición reza Por un México sin miedo, y la candidata Gálvez llevará al centro de su campaña este capítulo que desangra el país. Abrió la carrera electoral en Fresnillo, Zacatecas, la ciudad con la percepción de inseguridad más alta del país. Fue un primer golpe simbólico pero breve, para trasladarse después a Irapuato, municipio del Estado de Guanajuato, uno de los que presenta mayores tasas de violencia, pero que está gobernado por el PAN, sus correligionarios, que la arroparon masivamente en la apertura de campaña. Sheinbaum llenó el Zócalo capitalino, la plaza más grande de Latinoamérica, el Palacio Nacional, donde vive el carismático presidente guardándole las espaldas, en un simbólico gesto que muestra de dónde viene el viento que mueve su barco. Allí desgranó la tarde del viernes 100 promesas de gobierno que en poco se apartan de lo ya puesto en marcha en este último mandato sexenal. La economía es una de las principales bazas de la candidata oficialista porque el país presume estos días de haber sentado las bases para un futuro esperanzador, con la moneda fuerte, robustas inversiones extranjeras que prevén un alza en el empleo y exportaciones viento en popa gracias al enorme mercado arriba del río Bravo, Estados Unidos, con quien las relaciones son amistosas y centradas en la lucha contra el narcotráfico y el freno a la migración. Hay un tercer candidato para estas presidenciales, Jorge Álvarez Máynez, pero su fuerza política es irrelevante. Movimiento Ciudadano lleva años presentándose como la tercera vía para aquellos que no encuentren acomodo en ninguno de los bloques mayoritarios, a los que han calificado como “la vieja política”. Lograron algunas plazas señeras en el país en anteriores comicios, pero su salida a campaña ha estado jalonada de tropezones y desaguisados que han abierto vías de agua imposibles de taponar. De ahí que quien ocupará el mayor sillón de México, salvo imponderables, será una mujer. Claudia Sheinbaum, de 61 años, proviene de esa clase media académica que hace la revolución en las universidades. En aquellas luchas se empleó la candidata décadas atrás y hoy proclama que su gobierno será “del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. El humanismo mexicano, le han dado en llamar, un cóctel de combate a la pobreza a base de eliminar innumerables focos de corrupción y privilegios amasados en tiempos pretéritos y recientes. Un nutrido reparto de ayudas sociales y becas han disminuido la pobreza en estos años y generado enormes simpatías por el movimiento de transformación del presidente, pero la corrupción hunde todavía profundo sus raíces. Y los de izquierda reprochan al Gobierno que no se haya atrevido a hacer una reforma fiscal que grave a las grandes fortunas y redistribuya la riqueza. Son los deberes que le quedan pendientes a Sheinbaum. Xóchitl Gálvez, también de 61 años, ha exhibido orígenes rurales e indígenas. Representa a una mujer hecha a sí misma que salió de su pueblo para estudiar en la capital espantando como podía las carencias. Llegó a ser una empresaria exitosa, por lo que hoy valora el mérito y el esfuerzo sin tener mucho en cuenta la suerte ni la cuna. Saltó a la carrera presidencial como una senadora independiente que, sin embargo, se sentaba en los bancos del PAN, el partido más a la derecha del Congreso mexicano, con el que no se identifica mucho, según dice. Lleva sobre su espalda el peso de una antinatural coalición de partidos que siempre se han mirado de reojo y ahora no tienen más remedio que sumar fuerzas para asomarse siquiera a un resultado digno que pueda incomodar al partido en el Gobierno, necesitado de amplia mayoría para culminar ambiciosas políticas. Las elecciones del 2 de junio lo serán también para definir el color de miles de Ayuntamientos, del Congreso y del Senado y de ocho gubernaturas estatales, y también de la jefatura de Gobierno de la de Ciudad de México, un enorme granero de votos y la plaza más simbólica de todo el país, catapulta en numerosas ocasiones del futuro presidente, como puede ocurrir ahora