PEDRO ANGEL Con ayuda de inteligencia artificial hice el intento y escribí este artículo para describir detalles y consideraciones sobre un terrible accidente de tránsito sufrido hace un mes que puso a colgar mi vida durante varios días en una Unidad de Cuidados Intensivos y espacios posteriores. Lo hago porque los que tenemos acceso a espacios de opinión pública y periodistas, como es mi caso, hablamos desde la tribuna del coliseo y ahora me toca dar testimonio tras pasar la experiencia del túnel de la seguridad social y nuestro sistema de salud. Hablamos mucho de lo que sólo conocemos en documentos y experiencia contada por terceros. El último día del pasado mes transitaba a velocidad moderada por la autopista Duarte, a la altura del kilómetro 59, por La Cumbre, cuando un cable colgado desde lo alto que ocupaba a mitad de la autopista, carril derecho, me enredó en la moto en que me desplazaba y me hizo saltar por los aires. Quedé en el pavimento y en segundos me vi rodeado de gente, de personadas de las cercanías. Se me aparecieron dos ángeles: una médico de apellido Peña Lecler que venía detrás de mí y me vio caer, y mi amiga Lourdes, quien se hizo cargo de la situación, me llevó hasta el hospital y no se fue hasta poner en control a mis hermanos. A partir de ahí empieza mi experiencia, digamos, con el sistema hospitalario 911 y los servicios clínicos públicos y privados. Lo primero que quiero decir es que el 911 llegó como a los 20 minutos, aproximadamente, cosa muy importante porque, tanto en los traumas como en los infartos, el tiempo es clave para la supervivencia del paciente, del accidentado. La eficiencia del sistema de emergencias me sorprendió. El personal paramédico me sugirió un rango de hospitales donde me podían llevar y me decidí –por la gracia de Dios nunca perdí la consciencia- por el hospital Rodolfo de la Cruz, de Pedro Brand, por la cercanía con el centro de la ciudad, mi familia y los centros de salud de mayor calidad del país. Entonces, inmediatamente yo llegué ahí, también quedé bastante impresionado porque el 911 ya había pasado las variables de mi accidente y antes de yo llegar, en el hospital sabían que venía un paciente de tal edad, un paciente en esta condición, su nivel de respiración era tal y, cuando yo llego ahí, inmediatamente me introducen al área de radiografía y ahí es que hacen una radiografía, vista por el médico emergenciólogo especializado que me recibió; y en las imágenes aparecieron las 3 costillas y el omóplato rotos y una perforación en el pulmón que infiltraba líquido y podría provocar un paro cardiorrespiratorio. Se me recomienda de inmediato el procedimiento conocido como tubo de pecho, que es como para drenar la sangre o el líquido que se ve acumulado en el pulmón. En ese momento llegan mis hermanos y mi amiga Elia y, en una coordinación con ellos, el personal médico y hospitalario, se acordó que me iban a trasladar a CEDIMAT, en tanto ellos me ponían una sala de recuperación con oxígeno para que se mantenga mi nivel de oxigenación. Todo eso tras analizar mi supervivencia en el traslado y el tiempo en ese hospital. Me jugué la vida y la apuesta se dio a más. Pero antes a mí me sentaron como 5 minutos en una silla de ruedas frente a la puerta y ahí yo vi real y efectivamente cómo el servicio hospitalario a nivel público en este país, ha mejorado. Muchas veces nosotros nos pasamos la vida criticando todo lo que tiene ese país, pero ahí yo pude notar que el hospital estaba muy limpio y el personal de servicio, incluyendo el guardia de la puerta que daba acceso a los ciudadanos, lo hacía con un nivel de respeto adecuado. Servicio humanizado se le llama. Y también me fijé que funcionaba el sistema de triaje. Cuando un paciente como yo llegaba con el trauma en un estado de cuidado, que ameritaba la atención urgencia, se le daban. No miraban el color, condición social y los estereotipos. Posteriormente, a las dos horas y algo, se produce mi traslado a Cedimat, un centro de alta intervención a requerimiento de nuestra familia y mía. Ahí nos llevan, pero igual nos trasladan en una ambulancia con respiración asistida, con lo que el riesgo de ver partir la vida se minimizó porque yo estaba recibiendo signos y se minimizó el impacto que sucediera un paro cardiorrespiratorio. Pero cuando yo llegué a CEDIMAT aquel mito de los protocolos que te pide tanto para atenderte no lo vi; ahí llega un paciente, un ciudadano común y lo atiende, con una burocracia básica con tu seguro. Inmediatamente me refirieron a la UCI como ameritaba mi estado de salud. Yo duré dos días o tres días y ahí la me ingresaron y me hicieron las imágenes. Ya en UCI un cirujano torácico, un muchacho joven, el doctor Julio Jiménez, con mucho control de la situación, procedió con el tema del tubo del pecho, y todo lo demás, una sonda. Los días que estuve ahí fue más de cuidado, ahí salí de peligro y después me pasaron a sala. ¿Cuál ha sido mi experiencia en ese accidente? Lo primero, que la vida es bastante frágil, la vida se va en un abrir y cerrar de ojos -en el accidente cuando yo vine a caer o iba por los aires, fue un segundo, un solo segundo-. Lo segundo es que nosotros opinamos mucho muchas veces criticamos todo, Yo tuve buena experiencia: el 911 llegó a tiempo, un personal paramédico viéndome en la ambulancia e, incluso emocionalmente calmándome. Cuando llegué al hospital me atendieron de una vez acorde con el estado en que llegué. Me atendieron rápido, hubo un diagnóstico rápido un cirujano estuvo disponible para mí en ese momento y tuve un traslado seguro a CEDIMAT, este y otro centro de los cuales hay un mito que dice que piden 200 o 300