El Colonialismo Ideológico y la alienación cultural
Cualquier sociedad que se proponga la superación del capitalismo tiene que plantearse el hallar solución al problema de la enajenación cultural y social que se realiza a través del individuo. Mientras haya un divorcio entre la reproducción material de la sociedad y la apropiación violenta de ese producto, habrá una enajenación sistémica a la sociedad. JULIO DISLA La grandeza de Maximiliano Gómez, conocido en la política dominicana como el Moreno, no solo se limitó a erigirse como el principal líder del Movimiento Popular Dominicano (MPD) durante los años 1960-1970, sino, además, como el principal propulsor del debate ideológico contra lo que él definía: El Colonialismo Ideológico. Su tesis sobre el “Colonialismo Ideológico de la izquierda” criticaba la adopción acrítica de las ideas marxistas leninistas del Movimiento Revolucionario sin tomar en cuenta las realidades y contextos específicos del país y la región. Gómez argumentaba que muchas veces la izquierda dominicana y latinoamericana en particular, adoptaban tesis y estrategias revolucionarias de Europa y otra parte del mundo sin considerar las particularidades culturales, históricas, sociales y económicas del país y la región. Según él, esto resultaba en un “Colonialismo Ideológico”, donde las ideas foráneas dominaban y dirigían los movimientos revolucionarios locales, sin una adaptación genuina a las necesidades y características de los pueblos del país y de la Latinoamérica. Para Gómez, era crucial que la izquierda dominicana desarrollara un pensamiento propio y original, que reflejara las realidades locales y que no se limitara a reproducir tesis, teorías y modelos de lucha de otras regiones. En su visión, esto implicaba una crítica y ruptura profunda con las importaciones ideológicas y una apuesta por construir un camino revolucionario auténtico en correspondencia con la especificidad dominicana, reconociendo las diversas formas de luchas, opresión y explotación presentes en el país. Alienación Cultural En el siglo XIX se les llamaba alienistas a los profesionales que, trabajando en instituciones médicas de enfermedades mentales, trataban a las personas con estos trastornos. Los curiosos del nombre provienen de la idea de que tales enfermos eran considerados alienados de su propio ser, lo que en la época era una forma de decir, ajenos a las convenciones sociales al uso. Estamos hablando de Europa, claro está. En otras geografías, la relación de la sociedad con personas de comportamientos socialmente atípicos podía ser muy variada. En no pocas culturas, por ejemplo, las personas con propensión a alucinar eran tomadas como profetas o, al menos, personas a las que se le había otorgado la capacidad de comunicarse con una supuesta “realidad “más allá de la nuestra. En esa medida, podían ser respetados, temidos, admirados, perseguidos, o calificados “arrimados al poder”. Algunos de los grandes personajes, entre ellos fundadores de religiones, eran alucinadores y, en consecuencia, sus alucinaciones tuvieron la suerte de volverse colectivas en un complejo entramado dinámico, favorecido por el contexto social y cultural en que nacieron y luego hechos instrumentales al devenir histórico que les siguió. Claro está, en la disociación que necesariamente se da entre realidad y alucinación, hay un elemento ineludible de alienación. La alienación cultural ha sido un foco de montañas de estudios, filosóficos y otro, desde hace ya un buen tiempo. Fue central en la obra de Carlos Marx, y desde allí a las escuelas de pensamiento marxista, así como los pensadores de la Sociología progresista. El descubrimiento de que la enajenación del producto del trabajo de su productor es esencial en la comprensión de las sociedades modernas y posmodernas. Pero no se reduce solo al capitalismo. Las sociedades en que se instaló el socialismo también se presentaron. Cualquier sociedad que se proponga la superación del capitalismo tiene que plantearse el hallar solución al problema de la enajenación cultural y social que se realiza a través del individuo. Mientras haya un divorcio entre la reproducción material de la sociedad y la apropiación violenta de ese producto, habrá una enajenación sistémica a la sociedad. La enajenación ideológica y social se refiere a un proceso mediante el cual individuos o grupos, a pesar de su extracción social, adoptan ideas, valores, creencias y prácticas que son ajenos o externo a su propia cultura o contexto social; es un explotado defendiendo los intereses de los explotadores, o, dicho de otro modo, un obrero militando en el partido de la derecha. La enajenación ideológica también se expresa cuando individuos o grupos sociales asumen sistemas de pensamiento, doctrinas o ideas que no surgen de sus propias experiencias o necesidades, sino que son importado de otras culturas o contextos. Este fenómeno aparece en situaciones donde hay una dominación cultural o política, en la que un grupo impone sus valores y creencias sobre los demás. Esta imposición puede ser explicita, a través de la educación, los medios de comunicación o la propaganda, o implícito, mediante la promoción de ciertas ideologías como universales o superiores. Para Maximiliano Gómez, el colonialismo ideológico, debe ser entendido como la imposición de valores, creencias y estructuras culturales de una potencia dominante sobre una sociedad subordinada, que resulta en un proceso de enajenación cultural y social profundo. Este fenómeno de enajenación ocurre cuando las poblaciones colonizadas internalizan las narrativas y valores impuestos, relegando o incluso rechazando sus propias tradiciones y formas de entender el mundo. Maximiliano Gómez (El Moreno) entendía que cuando la “identidad cultural se ve fragmentada, los individuos empiezan a verse a si mismos y su entorno a través del prisma del colonizador, lo que no solo desarraiga sus prácticas culturales ancestrales, sino que también rompe los lazos sociales y comunitarios que tradicionalmente han sostenido sus estructuras sociales”. De esta manera, el colonialismo ideológico perpetúa una dependencia cultural que mantiene a las “sociedades colonizadas en una situación de subyugación y pérdida de autonomía cultural”.
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