RAMÓN LUNA Muchos expertos y organismos internacionales están sorprendidos con la contradicción entre el empuje de la economía dominicana y los insultantes niveles de desigualdad de su población. Si la República Dominicana es uno de los países más estables política, económica y socialmente de Latinoamérica, ¿por qué el número de quienes abandonan el país o quieren hacerlo no para de crecer? El interés de los dominicanos por abandonar el país fue gradual y lento hasta los años 80s, a partir de esa década se inició una fuga masiva que llega hasta nuestros días. Mi generación recuerda con tristeza, los episodios donde los tiburones devoraban a nuestros hermanos en el Canal de la Mona cuando estos trataban de llegar a Puerto Rico. También causa consternación, recordar la tragedia ocurrida en el carguero “Regina Express”, donde en el año de 1980 murieron asfixiados 22 polizontes en la bodega del barco de matrícula panameña. Este hecho quedo grabado para la posteridad de manera magistral, en la película “Un pasaje de ida”, dirigida por Don Agliberto Meléndez. El último fracaso de la clase política latinoamericana es la susodicha “Vuelta por México, un refrejo más de la desesperación y la falta de espectativas de buena parte de la población de un continente asquerosamente rico. La “Vuelta por México” se ha cobrado la vida de muchos dominicanos, quienes han sido engullidos por la Selva del Darién o han sido víctimas de los traficantes de sueños truncados. Durante los gobiernos de Don José Salvador Omar Jorge Blanco y Don Joaquín Antonio Balaguer Ricardo la pobreza se disparó a niveles alarmantes. El empobrecimiento fue de tal magnitud, que dió origen al motoconcho como un peligroso medio de vida. Populismo y subdesarrollo puro y duro. Miles de médicos y maestros abandonaron el país ante la mirada indiferente de un presidente incompetente y otro, cuyo único propósito era construir algunas estupideces como el Faro a Colón, un mamotreto que no lo visita ni Dios. Sin embargo, en los gobiernos posteriores, a pesar del crecimiento sostenido de la economía el fenómeno migratorio se agudizó. A Don Leonel Antonio Fernández Reyna, a Don Danilo Medina Sánchez y al Partido de la Liberación Dominicana no le bastaron 20 años para convertirnos en un “Nueba Yol” chiquito. El eco de la quiebra de los bancos, durante el gobierno de Don Rafael Hipólito Mejía Domínguez, llega hasta nuestros días. Todos tuvimos que pagar el crimen financiero perpetrado por los predestinados de cuello blanco. Estos criminales de abolengo disfrutan lo saqueado ante la mirada complice y acomplejada de nuestros tribunales, mientras a un ladronzuelo de poca monta le cantan 10 años de prisión por haber robado 30 mil pesos dominicanos, unos 500 dólares. Miles de haitianos han llegado de manera irregular a suelo patrio, al mismo tiempo que igual cantidad de dominicanos lo abandonan. Todo este desaguisado se traduce en un empobrecimiento de la mano de obra del trabajador dominicano y en un encarecimiento de los servicios básicos, siendo el tema sanitario el más preocupante de todos. De acuerdo con el Instituto del Dominicano en el Exterior la diáspora pasó, entre 2021 y 2022, de 2.5 a 2.8 millones Llevamos décadas creciendo, pero el crecimiento no llega a los más necesitados. La situación, como en el reto de latinoamérica, no es más dramática por los más de 10 mil millones de dólares enviados cada año por los dominicanos que residen en el exterior. Esta cantidad sumada a los ingresos generados por el turismo representa en torno al 20% del Producto Interno Bruto. ¡Cuánto sufrimiento ocasionaría la falta de esos chelitos! La vía de la reunificación familiar que conceden países de la Unión Europea y los Estados Unidos de América han propiciado que cientos de miles de familias hayan abondonado el país detrás de un futuro mejor. Ahí están incluidos miles de profesionales cualificados, cuya fuga impacta negativamente en el aparato productivo del país. No es justo que un profesional cualificado, como consecuencia de los bajos salarios, la precariedad de los servicios básicos y la falta de espectativas de quienes no tienen un padrino en las instituciones del estado, termine prefiriendo irse a otro país a hacer lo que sea para garantizarse una vida medianamente digna. Esto ocurre al mismo tiempo que empresas e instituciones que se benefician con el pago de nuestros impuestos contratan personal extranjero. Nunca mejor dicho: de fuera vendrá quien de casa nos echará. Incluso, después de hacer grandes inversiones para volver al país de retirada, a miles de dominicanos no les queda más remedio que dejarlo todo abandonado para regresar a su segunda patria. La corrupción política, el manejó irresponsable de nuestros recursos naturales y una injusta distribución de la riqueza, a pesar de que crecemos, nos hacen cada día más desiguales. La falta de una filosofía educátiva que se ajuste a lo que demanda la sociedad de hoy día, las estrambóticas políticas educativas y el pingüe negocio de la educación privada impiden construir un ciudadano verdaderamente útil y autocrítico. Y cuando lo consigues, te jode el abolengo. Es inaceptable, que después de más de 20 años de crecimiento sostenido, haya tantos dominicanos sin acceso a esos servicios básicos que dignifican la condición humana. Menos del 20% de la población dispone de alcantarillados y una buena parte no tiene acceso a agua potable. Un estudio del Banco Mundial arrojó, en el 2023, que más del 40% de la población vive en situación de vulnerabilidad. Hay millones de personas viviendo parte atrás y eso no puede ni debe continuar. Sin los pesitos que envíamos quienes tuvismos que irnos, por placer o no, estas estadísticas serían notablemente peor. El cansancio que produce no ver cambios profundos ha empujado a millones de dominicanos, como hiciera Hernán Cortés en la conquista de México, a quemar las naves. No puede haber desarrollo sin crecimiento, pero el crecimiento no garantiza el desarrollo. Quisqueya es el mejor de los ejemplos.