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El triunfo de los Leones del Escogido: Más que un juego, una afirmación de identidad

Julio Guzman Acosta
Por Julio Guzmán Acosta 

El béisbol no es solo un deporte en la República Dominicana; es una pasión que late en el corazón de cada dominicano, un reflejo de nuestra identidad y una arena donde se libran batallas que trascienden lo meramente deportivo.  

El reciente triunfo de los Leones del Escogido sobre su eterno rival, los Tigres del Licey, no es solo una victoria en el béisbol invernal dominicano; es un acontecimiento que reafirma el espíritu de lucha, la resiliencia y el orgullo de una fanaticada que ha esperado con ansias este momento.  

Para quienes no están familiarizados con la rivalidad entre estos dos equipos capitalinos, es difícil comprender la magnitud de lo que significa este triunfo. Escogido y Licey no son simplemente equipos de béisbol; son símbolos de dos formas de ver la vida, dos maneras de enfrentar los desafíos y dos historias que se entrelazan en el alma de Santo Domingo.  

Es bueno recordar, que a pesar de que, en los últimos años, las Aguilas Cibaeñas se han convertido en un fiero y digno rival para los Tigres del Licey y que ambos han protagonizado intensos enfrentamientos, la rivalidad capitalina entre el conjunto Rojo y el Azul data de más de 100 años. El Licey fue fundado en 1907 y solo 14 años después, en 1921, se constituyo el Escogido. El conjunto Azul ha conquistado 24 títulos de ligas nacionales y 11 trofeos de Series del Caribe. Mientras que los Leones del Escogido con su último triunfo han logrado 17 títulos nacionales, por 4 Series del Caribe. 

Aquí también es bueno resaltar, que el Escogido es un club amigo de los demás clubes de beisbol dominicano y que las fanaticadas de los demás conjuntos, en un enfrentamiento entre Licey y el Escogido, prefieren el triunfo Rojo, toda vez que el club Azul y su fanaticada se han ganado de manera merecida, el rechazo de casi todos los seguidores del beisbol en la Republica Dominicana, por su prepotencia y arrogancia. 

Muchos creían que la fanaticada roja había descendido en números, pero la concurrencia a la Serie Final en nuestro Estadio Quisqueya Juan Marichal estuvo a la altura de la asistencia de los seguidores azules y en la celebración del triunfo en las calles de Santo Domingo y en muchas ciudades del país, se tiño de rojo púrpura. 

Cada encuentro entre estos dos gigantes es más que un juego; es un duelo de identidades, un choque de pasiones que divide familias, une amigos y enciende la ciudad. El triunfo de los Leones en esta ocasión no fue cualquier victoria. Fue una demostración de carácter, de estrategia y de esa chispa que solo surge cuando se juega con el corazón.  

Frente a un equipo como los Tigres del Licey, siempre temible y respetado, los Leones supieron mantenerse firmes, aprovechar cada oportunidad y, sobre todo, demostrar que el béisbol es un juego de detalles, de momentos decisivos y de mentalidad ganadora. Este triunfo no solo es un logro deportivo; es una lección de vida para todos aquellos que creen en la perseverancia.  

Pero más allá de lo técnico y lo táctico, este triunfo tiene un significado profundo para la fanaticada del Escogido. En un país donde el béisbol es casi una religión, ganarle al Licey es como ganar una batalla épica. Es un recordatorio de que, a pesar de las dificultades y de que teníamos nueve años sin levantar una copa de liga, siempre hay espacio para la esperanza y el triunfo. Es un mensaje para aquellos que han visto a su equipo caer y levantarse una y otra vez: la constancia y la fe tienen su recompensa. Este triunfo también es un llamado a la unidad.  

En un momento en que la sociedad dominicana enfrenta desafíos complejos, el béisbol sigue siendo un espacio donde las diferencias se diluyen y lo que prevalece es el amor por el juego. Los Leones del Escogido, con su victoria, nos recuerdan que, cuando trabajamos juntos y creemos en un objetivo común, los resultados pueden ser extraordinarios. Sin embargo, no podemos olvidar el papel de los Tigres del Licey en esta historia.  

Su presencia en el diamante es lo que hace que esta rivalidad sea tan especial. Sin Licey, no habría Escogido, y viceversa. Esta eterna competencia es una de las razones por lo que se mantiene viva la llama del béisbol dominicano, lo que nos motiva a seguir apoyando a nuestros equipos y lo que nos llena de orgullo como nación.  

En conclusión, el triunfo de los Leones del Escogido frente a los Tigres del Licey es mucho más que un título en el béisbol invernal. Es un recordatorio de que, en la vida como en el béisbol, los momentos difíciles son oportunidades para crecer, para demostrar de qué estamos hechos y para celebrar las victorias que, al final, son de todos. Felicidades a los Leones, pero también gracias a los Tigres por hacer de este duelo algo tan memorable. El béisbol dominicano, una vez más, nos demuestra por qué es el alma de nuestro pueblo. 

 *Julio Guzmán Acosta es un amante del béisbol dominicano 

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