Santiago se viste de verde y amarillo: multitudes marchan contra el alza implacable de la vida, mientras los salarios se desvanecen como humo en el aire
Por Julio Guzmán Acosta
El sol de la tarde caía a plomo sobre Santiago, pero ni el calor pudo disuadir a la marea humana que, banderas al viento y consignas en la garganta, inundó las calles. El Frente Amplio volvió a demostrar su pulso en el corazón del Cibao: cientos de ciudadanos —militantes, sindicalistas, madres con niños a cuestas, jóvenes con los puños apretados— convirtieron el asfalto en un río de indignación. Reclamaban lo elemental: pan, medicina y gasolina a precios que no exijan vender el alma.
Jesús Díaz, cuyo rostro aún lleva la huella de la campaña vicepresidencial del 2024, caminaba al frente, flanqueado por Juan Núñez Batista, de la Unión Clasista de Trabajadores, y Blas Vargas. Detrás, como un eco multiplicado, avanzaba la dirigencia nacional: María Teresa Cabrera, presidenta del partido, con Heidy Adón y Pedro Franco cerrando filas. No era una protesta más. Era el grito de un país donde, según cifras oficiales, el salario mínimo (11,300 pesos) se esfuma ante una canasta básica que roza los 45,000: trabajar para morir de hambre, lentamente.

Los carteles lo decían sin eufemismos: «Abinader, mi sueldo no alcanza ni para el arroz» o «Sin medicinas baratas, los hospitales son museos de la muerte». Y es que los números no mienten: en un año, el galón de gasolina subió un 22%, las pastillas para la presión un 30%, y una libra de habichuelas un 15%. Mientras, los sueldos siguen congelados, como reliquias de otra época.
Esta marcha en Santiago —tras las de Santo Domingo, San Cristóbal y Puerto Plata— confirma la estrategia del Frente Amplio: presión en las calles, sin tregua. «No nos quedará otra si el gobierno insiste en gobernar para los ricos», advirtió Cabrera, mientras la multitud coreaba: «¡Si no hay solución, habrá rebelión!»

Al caer la noche, la ciudad quedó teñida de una certeza: la paciencia se agota. Y cuando el pueblo camina así, unido, ni el calor ni el poder pueden detenerlo.
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