El acatamiento de la rendición de parte del máximo líder del 1J4, fue en procura de salvar la vida de sus compañeros por las condiciones físicas del grupo. La imposibilidad de combatir dominaba al grueso de los combatientes. Manolo no pensaba en su salvación. Su preocupación era ver a esos hombres jóvenes y valientes, seguir en una empresa ya fracasada. De estar sólo es seguro que no se rendía. No hay prueba más demostrativa que el relato de Reyes.
Por Fidel Soto Castro
Es muy difícil que el dirigente máximo del 1J4 y comandante en jefe de la insurrección de noviembre del 63, aceptara rendirse estando solo o contara con hombres en condiciones de combatir. La realidad, es que Manolo acepta la rendición para salvar la vida de sus compañeros. Siendo un líder de tan alto nivel, de mucho reconocimiento e incidencia en la juventud y el pueblo en general, sería una carga muy grande asesinarlo. Además tenía cierta confianza en su antiguo compañero de prisión en la 40, el triunviro, Tavarez Espaillat.
Tavarez Justo era un líder muy sensible. Se sentía responsable por la vida de sus compañeros. No sólo eran compañeros políticos, eran sus hermanos de una heroica y larga jornada. Lo vivido en la cárcel de la Cuarenta y la pérdida de numerosos compañeros, lo llevó a tratar de preservar la vida de los desfallecidos guerrilleros bajo su mando.
Cuando se discute la rendición, no hace valer el concepto de disciplina y acatamiento de una decisión del comandante que debe prevalecer en una guerrilla. No impone su autoridad del orden y aceptación de la regla impuesta y dispuesta por los códigos de la guerra de guerrilla. No exige seguir y combatir, porque está viendo las condiciones de una tropa consumida por el hambre y el desfallecimiento. De continuar ese camino sería un suicidio. Pudo ordenar la escapatoria o ¡ El sálvese quien pueda ! No lo hizo. Un capitán de verdad no abandona a sus hombres, ni los sueltas en estampidas.
Es todo lo contrario al argumento repetido. Lo cierto es que, con su entrega, era más difícil fusilar a todos los insurgentes. El prestigio, el cariño y la admiración del pueblo por la lucha contra la tiranía, el respeto ganado, aún frente a sus adversarios políticos. Su gran talla de líder de un partido de la categoría del 1J4, hacía difícil que los matones y asesinos se atrevieran a matarlo. Creemos que esa idea dominaba su pensamiento y era correcta; pero más que eso, pensar que sólo entregándose, podía salvar a los demás; es lo determinante en su decisión. Lo que sucedió fue que la saña, el odio y sobretodo las órdenes del MAGG ( Grupo de Asistencia militar del Pentágono), pesó más en la alta jerarquía militar. Todavía los carniceros tenían los cuchillos ensangrentados desde junio del 59. Con el golpe de Estado a Bosch se implantó la corrupción desde las Cantinas militares y con razón, el presidente derrocado escribió:
«Detrás de los robos llega el crimen, porque se hace necesario ocultar el robo y por tanto hay que suprimir las libertades públicas, y para suprimir las libertades públicas es forzoso establecer el terror, y el terror se establece matando.» (Juan Bosch: Crisis de la Democracia de América en la República. Dominicana, pag.196).
En el momento crucial, cuando se discute la aceptación de la oferta del gobierno, Rafael Reyes, Napoleón Méndez, Joseito Crespo, Luis Peláez y José Daniel Ariza, plantean su oposición. Manolo acepta la retirada de los cinco y decide que le sean entregadas las pocas raciones alimenticias que les quedaba al grupo.
A continuación el relato de Rafael Reyes y Napoleón Méndez, incluido en la obra “Memoria de un Revolucionario” de Fidelio Despradel Roque:
«21 de diciembre.»
«A las once de la mañana (11 a.m.) Manolo ordena a los integrantes de la columna que se preparen para bajar. Le ordenó a los guerrilleros que le entregaran las pocas tabletas de chocolate y las sardinas que quedaban a Luis Peláez y José Daniel Ariza, y a Joseito Crespo, Napoleón Méndez (Polon) y Rafael Reyes (Pitifia). Quedaban 15 tabletas de chocolate y tres latas de sardinas, las cuales se repartieron equitativamente. Aproximadamente a la una de la tarde (l p.m.) Manolo y los otros 16 guerrilleros se despiden de los cinco que permanecerían en las lomas o intentarían otras vías para llegar a la ciudad.»
Rafael Reyes, se toma un momento para conversar con Manolo. Se alejan un poco y le dice:
«Comandante es un error aceptar la rendición. Si usted baja con cincuenta o cien, como quiera lo van a fusilar. Venga con nosotros y deje que los compañeros que ya no pueden seguir se entreguen con Emilio Cordero.» Pitifia, nunca creyó que vería lágrimas en un hombre de la reciedumbre de su comandante. Quedó marcado. Manolo con sus ojos brotando lágrimas, le contestó: ¿Reyito, Cómo voy a dejar solos a éstos muchachos? Lo abrazó fuertemente. Le dió la orden correcta que todo capitán debe impartir a sus hombres: » ¡Cuídate y no abandones tu arma!». ( Conversación con Rafael Reyes, el día martes 17-12 del 2024)
El acatamiento de la rendición de parte del máximo líder del 1J4, fue en procura de salvar la vida de sus compañeros por las condiciones físicas del grupo. La imposibilidad de combatir dominaba al grueso de los combatientes. Manolo no pensaba en su salvación. Su preocupación era ver a esos hombres jóvenes y valientes, seguir en una empresa ya fracasada. De estar sólo es seguro que no se rendía. No hay prueba más demostrativa que el relato de Reyes.
Manolo nunca le temió a la muerte. Tres años antes esperando ser fusilado en la 40 por el SIM, de Trujillo, se mantuvo tranquilo y meditando. El Dr. Sonme, compañero de cárcel, le preguntó por qué estaba tan calmado, y él le contestó:
«He conocido la historia de grandes y valerosos hombres que al momento de enfrentar la muerte, han fallado, han flaquedo, y cuando me viste en esa profunda meditación, estaba yo preparándome para la muerte y enfrentarla con la suficiente dignidad que demandan las circunstancias.»
El 21 de diciembre del 1963, ese gigante, luchador firme, patriota ejemplar, héroe nacional, sintió un dolor más terrible que el sufrido por las torturas en la Cuarenta. Tener que saber, ver y sentir, el asesinato de sus gloriosos hermanos. Con voz potente dijo:
” Asesinos, asesinos, mátenme a mí que soy el único responsable, esos muchachos no tienen culpa de nada.“
Hubiese preferido estar de nuevo en la Cuarenta, sintiendo la descarga de la silla eléctrica y no el dolor que le causó el vil asesinato de sus muchachos.
Los asesinos creyeron destruir el espíritu de lucha de Manolo Tavárez y el de sus compañeros. 16 meses después, del mismo seno de las fuerzas armadas, salió su espíritu convertido en pelea. Sólo la intervención militar del pentagonismo pudo detener la avalancha de los «militares del pueblo y los soldados de la libertad».
A los diez años de Manaclas, el coronel Caamaño, siguió el ejemplo de Manolo, aceptó rendirse, si le garantizaban la vida a Heberto Lalane José y Alfredo Pérez Vargas. El continuador de la maldad de Trujillo y de los generales genocidas, con disimulada y baja voz, dejó caer la sentencia de muerte, recibida desde el Pentágono : «Aquí no hay cárcel para ese hombre».
«¡ La lucha sigue !»