Por Aminta Buenaño
Tuve el privilegio de conocerla cuando era embajadora en España y ella funcionaria del consulado en Madrid, el más importante y demandado por nuestros connacionales de Europa. Recién llegada del lejano Ecuador, madre soltera luchadora, con un bebé en brazos y una sonrisa abierta y carismática.
Jamás imaginaría que esa muchacha sencilla de hablar cálido y tinoso, que actuaba con rapidez y que se movía sin sentir, ocuparía las primeras planas y estaría a punto de hacer historia como la primera mujer presidenta del Ecuador elegida en las urnas. Desde aquella época se le notaba su empatía con la gente en la manera con que trataba a los migrantes golpeados en aquella época por la temible burbuja inmobiliaria que amenazaba en destruir sus endebles economías y por su tenacidad en ayudarlos a salir adelante, no solo con la estructura social que organizábamos desde una política gubernamental cimentada en una constitución progresista, sino desde su propia humanidad, protectora y cálida, en que trataba a los migrantes más que como funcionaria, como amiga entrañable y solidaria.
No sé si aquello le venía desde la corajuda sangre manabita, la sangre de Alfaro o desde sus coronelas Floresmila Sánchez y Joaquina Galarza, desde la ruralidad profunda, desde ese pueblo pequeñito llamado Canuto que se desborda en ríos y arboledas y en donde el cielo y la tierra bordan un entramado ardiente y profundo de naturaleza, como todos los hermosos y dignos pueblos que tiene el Ecuador, despreciados y olvidados por la oligarquía criolla, por un puñado de gente con enorme poder económico que ve al hombre del campo, al montuvio hacedor del agro como seres de segunda o tercera categoría, gente sin mayor valor que sus brazos que traen a la ciudad los productos del campo.
Los montuvios, esas personas supuestamente sin identidad, invisibles, los «nadie» de los que habla Eduardo Galeano, que la Constitución de Montecristi por primera vez, después de haber sufrido el vendaval de veinte constituciones y casi 200 años de historia, les reconoció su identidad, valía y legitimidad al otorgarle por vez primera sus Derechos Colectivos esculpidos en la Carta Magna. Antes los montuvios solo aparecían como personajes de ficción en la literatura, en los cuentos inmortales de José de la Cuadra, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara y Pareja Diezcanseco, desde el 2008 son personas cuya realidad y condición el Estado debe asumir, respetar y defender.
Muchos se preguntan el porqué las provincias de la costa, en esta primera vuelta electoral, le han dado un triunfo tan rotundo. No es de extrañarse, allí está la respuesta, antes el montuvio solo servía como monigote para la risa en las vulgares series cómicas que se creaban en los canales tradicionales, ahora una montuvia de cepa los representa, está luchando por gobernar uno de los países cuya economía y seguridad se ha ido a pique y lo hace con la fuerza de sus ovarios, lo hace desde la valentía de la madre soltera que lucha por sacar adelante a sus hijos, lo hace desde la berraquera que tenemos las mujeres por hacernos ver y sentir en un mundo dominado por los odios y por el capitalismo salvaje en el que más importa «el tener» antes que «el ser». No me asombra que Luisa les inyecte esperanza, porque su vida ha sido siempre luchar contra la adversidad y triunfar en base a esa tenacidad y valor que son sus distintivos.
Es despreciable y más que despreciable: triste, la forma como una oposición sin ideas deslegitimiza su triunfo en las provincias de la costa, insultándonos a todos sus habitantes con los apelativos de narcos y delincuentes por haber votado por Luisa. Si revisamos la historia ecuatoriana es bueno recordar que nunca es buen presagio insultar al pueblo por su voto.
Es vergonzoso ver cómo algunos periodistas, supuestos «analistas» se empeñan en buscar razones en el basural del desprecio regional y racial, porque en sus encogidas y deprimentes molleras odiadoras son incapaces de evaluar la pésima gestión del presidente-candidato, reconocida en todo el mundo menos en su reducido ámbito social, que en solo un año de ejercicio presidencial ya nos ha mostrado todo de lo que es capaz.
Una pequeña muestra del desprecio que tienen hacia el gobierno de Noboa fue la bofetada diplomática que recibió en esa cumbre de presidentes sin presidentes, en que un triste personaje habló en total soledad, sin la presencia de sus pares, incluso de los gobiernos de derecha de América Latina, mientras simultáneamente se enfiestaban los mismos en otra cumbre en el Perú. No he conocido desprecio internacional más grande. Es como que usted invitara con bombos y platillos a su cumpleaños y no se apareciera ninguno de sus amigos e invitados. ¿Cuál es el mensaje que le quedaría?
La verdadera ganadora de esta primera vuelta ha sido Luisa jugando, como dice el pueblo, con la cancha inclinada y con el árbitro en contra, con todos los poderes públicos opuestos, incluida la inefable Fiscal de la nación. Ha dado muestra de sentir este desprecio el candidato Noboa quien no asistió a los festejos preparados porque ya se daba por virtual ganador de la primera vuelta aupado por la prensa y medios digitales. Nunca ha existido una gota de autocrítica del presidente Noboa quien ha construido ladrillo a ladrillo el muro de sus propios lamentos, tanto que ni siquiera recordaba en el debate presidencial el nombre de los cuatros niños negros de Guayaquil, vilmente asesinados por militares, que conmovió no solo al Ecuador, sino al mundo.
El pueblo ecuatoriano está cansado, hastiado del ninguneo social, de pagar impuesto y no verlos reflejados en obra pública, de los niños y ancianos que se mueren por falta de medicina, de los hospitales sin instrumental básico, de la voracidad de los gobiernos neoliberales que mientras claman contra el estado obeso, se alimentan con el dinero público. Mientras destruyen todo y no resuelven nada, toda su «estructura ideológica», su falta de obra pública y su inacción, se fundamentó en la ridícula frase que ya es cliché: La culpa es de Correa.
Por eso y por muchas otras, la esperanza se llama Luisa.