El ajusticiamiento del dictador y la sombra de una democracia inconclusa
Por Julio Guzmán Acosta
Santo Domingo, 30 de mayo de 2025. – Unas ráfagas certeras en la avenida George Washington puso fin, hace 64 años, a la férrea y criminal dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Pero aquellos disparos, ejecutado por valientes conspiradores, no logró extinguir del todo el miedo ni las estructuras de poder que por tres décadas oprimieron a República Dominicana. Hoy, la fecha invita no solo a recordar, sino a cuestionar qué tan lejos se ha llegado en la construcción de una verdadera democracia.
El ocaso del «Jefe”
La noche del 30 de mayo de 1961, un grupo de hombres —entre ellos militares disidentes y civiles hastiados de la crueldad del régimen— emboscó el automóvil de Trujillo. Antonio de la Maza, Amado García Guerrero, Juan Tomás Díaz, Salvador Estrella Sadhalá, conocidos hoy como Los Héroes del 30 de Mayo, y otros conjurados sellaron así el destino de un hombre que había convertido el país en su feudo personal. El plan, arriesgado y sin respaldo internacional, costaría la vida a casi todos sus ejecutores.
Pero más allá del acto heroico, la muerte del tirano no trajo la libertad inmediata. Su familia y allegados intentaron perpetuarse en el poder, mientras el país navegaba entre la incertidumbre y la herencia de un sistema basado en el terror.
La dictadura que no se fue del todo
Trujillo (1930-1961) no solo gobernó: se adueñó de la economía, suprimió libertades y erigió un Estado policial donde la tortura y las desapariciones eran moneda corriente. Las Hermanas Mirabal, asesinadas en 1960, se convirtieron en símbolo de la resistencia sofocada.

Sin embargo, como advierten historiadores, «los regímenes autoritarios no mueren con sus líderes». Los siguientes años vieron surgir nuevos caudillos, corrupción sistémica y una frágil institucionalidad que, para muchos, aún persiste.
La deuda democrática
Seis décadas después, el país celebra elecciones, pero arrastra desigualdades y un sistema político que muchos califican de excluyente. «Matar al tirano fue necesario, pero insuficiente», reflexiona el antropólogo Aquiles Castro. «La justicia social, el acceso equitativo al poder y la memoria activa siguen siendo tareas pendientes».
Hoy, mientras algunos depositan flores en el monumento a los héroes del 30 de mayo, otros preguntan: ¿Cómo honrar su legado? La respuesta, sugieren luchadores por la democracia y por una mejor República Dominicana, está en vigilar el poder, exigir transparencia y, sobre todo, en no permitir que el miedo —herencia trujillista por excelencia— vuelva a silenciar las voces.
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