Por Julio Guzmán Acosta
Un reciente artículo publicado por la revista Foreign Policy ha puesto de relieve el renovado interés de Estados Unidos en América Latina, una región que históricamente ha sido considerada por Washington como su «patio trasero». Este enfoque se ha materializado con el nombramiento de funcionarios expertos en la región, como Marco Rubio, Mauricio Claver-Carone, Christopher Landau y Mike Waltz, en altos cargos de la administración Trump. Este movimiento sugiere un giro estratégico hacia el hemisferio occidental, luego de décadas en las que otras regiones del mundo, como Oriente Medio y Asia, acapararon la atención de la política exterior estadounidense.
Sin embargo, este retorno no se produce en un vacío geopolítico. Durante la «ausencia» de Estados Unidos, China ha consolidado una relación económica y política profunda con los países de América Latina y el Caribe, convirtiéndose en un actor clave en la región. Esta dinámica ha llevado a que América Latina se convierta en un escenario privilegiado de la guerra comercial y estratégica entre las dos superpotencias globales.
El discurso de Marco Rubio y la alineación de los países satélites
El secretario de Estado, Marco Rubio, ha sido uno de los principales voceros de esta nueva estrategia. En declaraciones recientes, Rubio afirmó que «los diplomáticos de Estados Unidos han descuidado al hemisferio occidental durante demasiado tiempo», y que ahora es el momento de prestar mayor atención a la región. Este mensaje ha sido acompañado por acciones concretas, como la alineación de países tradicionalmente cercanos a Washington, como Panamá, Guatemala, Costa Rica y El Salvador, con la nueva postura geopolítica estadounidense.
En el caso de Panamá, tras una serie de conversaciones con Rubio, el país decidió abandonar su participación en la iniciativa china de la Franja y la Ruta, un movimiento interpretado como una muestra de la influencia estadounidense en la región. Aunque el gobierno panameño mostró cierta resistencia, finalmente cedió a las presiones de Washington, lo que refleja la capacidad de Estados Unidos para imponer su agenda en países con economías y sistemas políticos dependientes.
Perú: un caso paradigmático de la tensión entre Estados Unidos y China
Perú se ha convertido en un caso emblemático de las tensiones geopolíticas en la región. A nivel político, el país sigue siendo un aliado tradicional de Estados Unidos, con una clara influencia estadounidense en sus instituciones y políticas internas. La embajada de Estados Unidos en Lima ha mantenido una agenda activa de injerencia en los asuntos internos del país, financiando tanto al partido en el poder como a la oposición a través de agencias como USAID y la Fundación Ford. Esta estrategia ha asegurado la subordinación política de Perú, independientemente de quién ostente el poder.
Además, desde mayo de 2023, el Congreso peruano autorizó el despliegue permanente de tropas estadounidenses en su territorio, lo que ha sido interpretado como una ocupación militar de facto. Este movimiento se ha complementado con la modernización del arsenal peruano, reemplazando equipos de origen soviético y ruso por material militar proveniente de Estados Unidos, Israel y la OTAN.
Sin embargo, en el ámbito económico, Perú ha desarrollado una relación profunda con China, que se ha convertido en su principal socio comercial. El 36% de las exportaciones peruanas se dirigen al gigante asiático, y las inversiones chinas en el país superan los 30,000 millones de dólares. Proyectos estratégicos en sectores como la minería, la energía y la infraestructura, incluyendo el recientemente inaugurado puerto de Chancay, han consolidado la presencia china en Perú. Este puerto, ubicado al norte de Lima, está llamado a convertirse en el principal hub portuario de América del Sur hacia Asia.
La paradoja peruana: entre la dependencia política y la necesidad económica
Perú se encuentra en una encrucijada. Por un lado, su dependencia política y militar de Estados Unidos es evidente. Por otro, su economía está profundamente vinculada a China. Esta dualidad ha permitido al país mantener un frágil equilibrio, pero la creciente tensión entre las dos superpotencias podría poner en riesgo esta estabilidad.
Durante el primer mandato de Donald Trump, Perú logró sortear las presiones comerciales mientras profundizaba sus relaciones económicas con China. Sin embargo, con una nueva administración estadounidense dispuesta a intensificar la guerra comercial, este equilibrio podría romperse. Funcionarios como Mauricio Claver-Carone, enviado especial del Departamento de Estado para América Latina, ya han amenazado con imponer aranceles del 60% a los productos que pasen por el puerto de Chancay, lo que refleja la disposición de Washington a utilizar medidas coercitivas para proteger sus intereses.
El futuro incierto de América Latina en la guerra comercial
La situación de Perú es un reflejo de la compleja realidad que enfrenta América Latina en el contexto de la competencia entre Estados Unidos y China. Países como Ecuador, Chile y Perú, cuyas economías dependen en gran medida de las relaciones comerciales con China, pero que están políticamente alineados con Washington, se encuentran en una posición delicada. La falta de una brújula geopolítica clara y la ausencia de políticas soberanas los hacen vulnerables a las presiones externas.
En el caso de Perú, a pesar de haber solicitado formar parte de los BRICS (el grupo de economías emergentes integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), sigue siendo un «caballo de Troya» de los intereses estadounidenses. La ausencia de una fuerza política nacionalista y de una clase empresarial soberana dificulta la capacidad del país para resistir las presiones de Washington.