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El desafío de ser mujer en la República Dominicana: Una lucha contra el anacrónico discurso misógino - Umbral

El desafío de ser mujer en la República Dominicana: Una lucha contra el anacrónico discurso misógino

Julio Guamán

La afirmación de que el éxito de una mujer debe estar vinculado a un fracaso doméstico es una falacia que desprecia la realidad de miles de familias que prosperan gracias a la dedicación y el esfuerzo de las mujeres. Esta narrativa, impulsada por la mala fe y el anacronismo, busca deslegitimar los logros alcanzados por las dominicanas y perpetuar un ciclo de dependencia y subordinación.

Por Julio Guzmán Acosta

 

En pleno siglo XXI, es alarmante que el discurso misógino se mantenga vivo y activo en nuestra sociedad, camuflado bajo la retórica de ciertos líderes religiosos y políticos. Como dominicanos, nos enfrentamos a la difícil realidad de que, a pesar de vivir en un sistema democrático, muchos aún insisten en relegar a las mujeres a la oscuridad de la ignorancia y la sumisión. La reciente declaración de Ezequiel Molina, que intenta deslegitimar el éxito profesional de las mujeres argumentando que “detrás de cada una hay un hogar fracasado”, no solo es ofensiva, sino que revela un profundo desprecio por las contribuciones de las dominicanas a nuestra sociedad.

Es innegable que el sesgo antifemenino, disfrazado de prédica religiosa, nos devuelve a momentos y épocas pasadas, donde las mujeres eran perseguidas y castigadas por expresar sus ideas o reclamar sus derechos. La historia nos muestra que, durante la Edad Media, las mujeres eran acusadas de brujería y sometidas a torturas y humillaciones por simplemente ser quienes eran. Hoy, el mismo tipo de violencia simbólica se manifiesta a través de discursos que buscan silenciar a las mujeres y disminuir su valor en el ámbito público y privado.

Los datos hablan por sí mismos. Las dominicanas han demostrado ser pilares fundamentales en nuestro tejido social y productivo. Más de 600 mujeres son propietarias de empresas que exportan miles de productos, y ellas representan el 52.6% de las micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes). Además, constituyen el 60% de las matrículas universitarias y el 55% de las de educación técnica, mientras siguen asumiendo las labores de cuidado en sus hogares, porque no olvidemos, que ellas siguen siendo las que llevan el peso del hogar, en las labores domesticas, el el cuidado de los hijos, por los hombres alguna vez “ayudan”. Este panorama revela que el crecimiento y el empoderamiento de las mujeres no solo benefician sus vidas, sino que también aportan al bienestar de sus familias y, por ende, de la sociedad en su conjunto.

La afirmación de que el éxito de una mujer debe estar vinculado a un fracaso doméstico es una falacia que desprecia la realidad de miles de familias que prosperan gracias a la dedicación y el esfuerzo de las mujeres. Esta narrativa, impulsada por la mala fe y el anacronismo, busca deslegitimar los logros alcanzados por las dominicanas y perpetuar un ciclo de dependencia y subordinación.

Es inaceptable que, en pleno siglo XXI, sigamos escuchando discursos que fomentan el miedo y la desconfianza hacia la autonomía de las mujeres. Estas opiniones no solo son desinformadas, sino que también perpetúan un sistema que favorece la violencia y la desigualdad. La lucha de las mujeres dominicanas por sus derechos no es un tema nuevo; hace un siglo, nuestras antepasadas enfrentaron desafíos similares en su búsqueda de educación y autonomía, demostrando que la educación empodera y transforma vidas.

El discurso de Molina y el eco que ha encontrado en ciertos sectores de la sociedad son síntomas de una urgente necesidad de diálogo nacional sobre los derechos civiles y políticos de las mujeres. Necesitamos reformas en nuestro sistema educativo que integren perspectivas de género y derechos humanos, así como políticas que aborden la violencia de género y promuevan la corresponsabilidad en el hogar.

Además, es fundamental que se eliminen las barreras que limitan la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral. Las mujeres dominicanas enfrentan múltiples cargas: laborales, familiares y sociales. Las políticas de conciliación laboral y familiar no pueden ser un privilegio de unos pocos; deben ser accesibles para todas.

En este contexto, resulta paradójico y preocupante que un pastor, en lugar de alentar y apoyar a las mujeres, opte por propagar discursos que buscan encadenarlas a un pasado que ya hemos superado. La fe debería ser un vehículo de liberación y esperanza, no un instrumento de opresión.

Escuchar discursos como el de Ezequiel Molina es un recordatorio de que, aunque hemos avanzado, aún queda un largo camino por recorrer. Las dominicanas han demostrado su capacidad y resiliencia en todos los ámbitos de la vida, pero es responsabilidad de la sociedad en su conjunto garantizar que no solo tengan éxito, sino que también disfruten de un entorno seguro y equitativo donde puedan florecer.

La lucha por la igualdad de género es un desafío que nos concierne a todos. Es hora de que nos unamos para derribar las cadenas que la historia ha impuesto sobre las mujeres y construir un futuro donde la fe y la razón se alineen en la búsqueda de justicia y equidad. Las dominicanas merecen un lugar en la sociedad donde sus voces sean escuchadas y sus logros celebrados, sin la sombra de la opresión ni la deslegitimación.

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