Por Rafael Chaljub Mejía
Apenas se disipaban el humo y el eco fúnebre de las bombas lanzadas sobre Gaza, cuando salió de entre las ruinas un palestino que, con el cadáver de su pequeño hijo en brazos, sangrando él mismo de una herida en el rostro, señalaba hacia el montón de escombros en que acababan de convertirse las casas de su barrio y preguntaba ante las cámaras: ¿Dónde está el mundo…?
Parecería que el mundo por el cual preguntaba el padre adolorido, además de injusto es insensible. No es así en su totalidad, pero sucede que los poderes dominantes, son los apoyadores de Israel, han condicionado la actitud de los demás, y cuando ocurren determinados crímenes, casi todo ese mundo mira hacia el lado y se hace el indiferente.
Salvo muy contadas excepciones, ese mundo ha quedado callado ante el reciente anuncio del presidente Donald Trump, de que sacará a los palestinos de Gaza, para desarrollar, como negociante al fin, “un gran proyecto inmobiliario” y convertir aquel martirizado territorio en otra versión de la Riviera francesa en la cual los magnates del dinero hagan sus buenos negocios y vayan de vacaciones.
Trump y Benjamín Nethanyahu han insistido en esa idea y quien piense que están hablando por hablar está subestimando las agallas, la ideología imperialista y los intereses que ellos representan. Se trata de terminar de desarraigar al pueblo heroico de Palestina de los últimos territorios que le quedan y convertirse ellos en dueños y señores de lo que no les pertenece.
Ya se produjo el primer gran despojo cuando en 1948, a costa de una parte de la patria palestina se asentó el Estado de Israel. El despojo no ha cesado y cuando apenas les quedan a los palestinos la franja de Gaza y Cisjordania, ahora, tras la destrucción y la matanza, se les quiere expulsar de esos reductos y condenarlos para siempre a vivir y morir como parias en tierra extraña.
Seguro que ese pueblo que por milenios, al precio de tanta sangre y dolor ha dado ejemplo de amor a su patria y su libertad, resistirá con el valor de siempre, pero indigna comprobar cómo todo aquello transcurre bajo la mirada indiferente y el silencio cómplice de tantos Estados, instituciones y países. Lamentablemente, así ocurre y la pregunta desesperada y lacerante sigue teniendo vigencia: ¿dónde está el mundo?