En el sesenta aniversario de la Revolución del 24 de Abril de 1965, un conjunto de organizaciones de izquierda ha convocado a una marcha que el próximo domingo 27 partirá de la plazoleta La Trinitaria y terminará frente al parque Independencia, ante la estatua del coronel Francisco Caamaño, héroe insigne de aquella memorable jornada.
La actividad está autorizada por el Ministerio de Interior y Policía.
Pero el cabecilla de la Antigua Orden ha declarado que él y su tropa van a bloquearle el paso a los manifestantes y a evitar que los “comunistas” profanen el parque Independencia.
Gravísimo. Aquí cada quien podía ejercer su derecho a la libre manifestación pública, hasta que apareció la Antigua Orden con su actitud desafiante, su vocación a la violencia y al tumulto y una arrogancia tal que deja a la autoridad legal y las instituciones lamentablemente disminuidas. Y ya hay precedentes de violencia.
Aunque la Antigua Orden represente todo lo contrario a la gesta que se inició en esa fecha; aunque para la izquierda es fecha sagrada, digna del más venerable respeto y bien pudiéramos considerarla como nuestra. Entonces, qué podrá ocurrir cuando ese grupo salga a interceptar una marcha realmente patriótica, realizada dentro del derecho que el orden jurídico del país consagra.
Conquistar ese derecho ha costado demasiado caro en sangre, sudor y lágrimas y no es verdad que quienes más alto precio pagaron por lograrlo, le van a dejar la calle a ningún grupo amenazante.
La autoridad es la primera que debiera sentirse irrespetada, especialmente la ministra de Interior y Policía, la licenciada Faride Raful, quien está en el deber de pronunciarse y, sobre todo, garantizar el desarrollo y la culminación pacífica y ordenada de la marcha del domingo.
No puede autorizar una actividad y, al mismo tiempo, permitir que otros tengan el poder de interrumpirla.
Y por nueva vez, invito a esos hombres y mujeres de reconocida nombradía en la vida pública, que andan asociados a la Antigua Orden, a definirse y decir responsablemente si están de acuerdo o no con la amenaza hecha por su vocero y representante, porque el silencio los deja desde ya inevitablemente comprometidos con lo que pueda pasar.