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La Masacre de Las Manaclas: Una herida abierta en la historia dominicana

Julio Guamán
Por Julio Guzmán Acosta

 

El 21 de diciembre de 1963, el sonido de las balas resonó en Las Manaclas, marcando una de las páginas más sombrías de la historia de la República Dominicana. En este día, el país conmemora 61 años del fusilamiento de Manolo Tavárez Justo y 14 de sus compañeros del movimiento 14 de junio, quienes fueron capturados y asesinados por las fuerzas militares en un acto que, desde cualquier perspectiva, puede y debe ser calificado como una masacre. Este crimen deja clara la brutalidad con la que han actuado las instituciones armadas a lo largo de nuestra historia y plantea interrogantes sobre nuestra memoria colectiva y el papel de los militares en la construcción de una sociedad más justa y democrática.

La masacre de Las Manaclas se inscribe en un contexto de represión política tras el golpe de Estado que derrocó al gobierno del profesor Juan Bosch. Este episodio no fue un evento aislado, sino parte de un patrón de violencia sistemática que ha caracterizado la historia dominicana, donde el uso de la fuerza se ha empleado para silenciar a quienes se atreven a alzar la voz en pro de la libertad y la justicia social. En este sentido, la captura y ejecución de Tavárez Justo y sus compañeros representa un claro intento de desmantelar la resistencia a un régimen que se sostenía sobre la opresión y el miedo.

El acto perpetrado por las fuerzas armadas dominicanas se clasifica como una masacre, dado que se trató de un ataque colectivo con la intención deliberada de eliminar a un grupo de civiles desarmados. En el plano jurídico, este crimen se enmarca en las normas que rigen la protección de las víctimas de conflictos armados, como lo establece la Convención de Ginebra de 1949. Esto implica que aquellos que participaron en la ejecución de estos asesinatos, desde los soldados en el terreno hasta los oficiales superiores que dieron las órdenes, deben ser considerados responsables por sus acciones.

Los testimonios de sobrevivientes, como los del Dr. Emilio Cordero Michel, brindan una visión desgarradora de los eventos que se desarrollaron ese día. La imagen de hombres rendidos, con banderas blancas, siendo asesinados a sangre fría, no solo es un recordatorio de la violencia sistemática que ha marcado nuestra historia, sino también un llamado a la reflexión sobre la ética del poder militar. La figura del general Ramiro Matos González, principal responsable de las operaciones en Las Manaclas se convierte en un símbolo de la impunidad que ha caracterizado a quienes han ejercido el poder militar en nuestro país.

La masacre no solo dejó un saldo de vidas perdidas; también sembró un manto de silencio y olvido que ha perdurado a lo largo de las décadas. A pesar de que el tiempo ha pasado, las heridas permanecen abiertas y la memoria de esos hombres y mujeres que lucharon por la libertad y la justicia sigue viva. La falta de justicia y reconocimiento a sus sacrificios no solo ofende su memoria, sino que también perpetúa un ciclo de violencia que debemos urgentemente romper.

En un país que aún lucha por encontrar su rumbo, es fundamental que la memoria de Manolo Tavárez Justo y sus compañeros sea honrada y que su legado se convierta en un faro para las futuras generaciones. No podemos permitir que el nombre de un militar responsable de una masacre honre instituciones educativas, como la Escuela de Graduados de Estudios Militares del Ejército de la República Dominicana. Esto no solo es un despropósito, sino una ofensa a la memoria de aquellos que dieron su vida por la libertad. Si tuviéramos un gobierno del pueblo y para el pueblo, el nombre de ese criminal, Ramiro Matos González, no podía ser el de una escuela y menos del ejercito de la Republica Dominicana.

El nuevo aniversario de la masacre de Las Manaclas debe ser un momento de reflexión y acción. Es un llamado a asumir nuestra historia con honestidad y a trabajar por un futuro donde la justicia, la democracia y el respeto por los derechos humanos sean valores incuestionables. Recordar a Manolo Tavárez Justo y sus compañeros no es solo un ejercicio de memoria histórica; es un compromiso con la verdad y una lucha constante por la justicia en nuestra sociedad, los hombres y mujeres de bien no debemos descansar hasta lograr los objetivos por los que lucho Manolo y sus compañeros.

La historia no debe ser olvidada. Que la memoria de estos héroes nos impulse a seguir luchando por un país donde nunca más se repitan masacres como la de Las Manaclas.

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