Por Theo N. Guzmán
Caracas, 10 de diciembre de 2024. – En un ambiente marcado por la tensión política y la polarización social, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se dirigió a la nación en un acto transmitido por el canal estatal VTV, donde desató críticas hacia la oposición, a la que descalificó como un «extremismo fascista». Sus palabras, sin embargo, encontraron un trasfondo inquietante al evocar un escenario de guerra civil similar al que ha devastado a Siria en los últimos años.
«Ahora salen los descocados del extremismo fascista para pedir que en Venezuela también se arme una guerra civil», afirmó Maduro, en una declaración que ha resonado en los medios y entre la población. Aunque no proporcionó nombres ni pruebas concretas para respaldar su afirmación, el mensaje se inscribe en una narrativa que el gobierno ha utilizado para deslegitimar a sus adversarios políticos, en un contexto donde el clima de crisis y descontento social se intensifica.
El presidente, al referirse a la situación en Siria, expresó su dolor por el sufrimiento del pueblo sirio y, en un giro retórico, utilizó la crisis del país árabe como un espejo de lo que, según él, podrían desear ciertos sectores de la oposición venezolana. «Al imperio y a la derecha fascista se les agotó el manual de las conspiraciones. Han aplicado todo contra Venezuela», afirmó, señalando que cualquier acontecimiento internacional sería utilizado para justificar una intervención en su país.
El eco de la guerra civil siria, que ha dejado cientos de miles de muertos y millones de desplazados, se convirtió en un argumento para el presidente, quien insistió en que el camino de Venezuela es el de la paz y la unidad, proclamando una «fusión perfecta popular-militar-policial» como la respuesta a las supuestas amenazas. Este discurso se alinea con su estrategia de movilización de las fuerzas armadas y la policía, un recurso que ha utilizado en momentos de crisis para consolidar su poder.
La situación en Siria ha tomado un giro dramático con la caída del gobierno de Bashar al-Asad, un aliado del chavismo, que ha sido desplazado por una coalición de grupos rebeldes, entre ellos Hayat Tahrir al Sham (HTS), que ha proclamado su victoria en Damasco. La noticia del asilo del depuesto presidente en Moscú no solo ha conmocionado a la comunidad internacional.
En este contexto, el gobierno venezolano ha expresado su esperanza de que el pueblo sirio encuentre un camino hacia la resolución pacífica de sus diferencias, abogando por un enfoque que evite la injerencia externa y la violencia. «Exhortamos a la comunidad internacional a promover soluciones que contribuyan a la paz y erradiquen la violencia», declaró Maduro.
La retórica de Maduro refleja la complejidad de la política venezolana, donde la lucha por el poder se entrelaza con narrativas de resistencia y victimización. Mientras el presidente llama a la unidad y a la paz, la oposición y la población enfrentan un panorama de crisis económica, social y política que parece no tener fin. La sombra de Siria, con sus lecciones dolorosas, se cierne sobre Caracas, donde el futuro del país sigue en la balanza, atrapado entre el deseo de cambio y el miedo a la violencia.
Con una oposición dividida y un pueblo cansado, el desafío para Maduro es claro: mantener el control en un país donde las llamas de la discordia podrían encenderse en cualquier momento, y donde la guerra civil, aunque sólo mencionada de forma retórica, es un recordatorio escalofriante de los riesgos que acechan a Venezuela en su búsqueda de paz y estabilidad.