Por Ramón Luna
Vladímir Putin, con el impresentable miedo de la sociedad rusa y el apoyo de pila de acomplejados que sólo quieren llamar la atención, la está liando gorda.
Al pirómano de la KGB se le olvidó que donde él compra, venden. El ataque del terrorismo islámico donde murieron decenas de rusos, hace unos días, es un aviso a navegante.
Al terrorista con complejo de Zar le están saliendo contrincantes que hablan su mismo idioma: el cinismo, el desprecio por la vida y que el diablo se lleve al demonio.
El relato ruso estaba escrito antes de que se produjeran los hechos: ha sido Ucrania.
Para eso está Dmitry Peskov, quien interpreta al dedillo a Chillón, personaje emblemático de la obra de George Orwell, Rebelión en la Granja.
Los rusos parecen destinados a ser humillados por un matón de patio que quiere reescribir una historia que no se pueden adulterar. El país más grande del planeta ha sido, a lo largo de su historia, una hacienda del narcisista de turno y como el quipe, el pueblo ruso no coje cabeza. Dejaron pasar el ensayo de democracia de Mijaíl Gorbachov y el resultado está siendo catastrófico.
No hay un sólo país, de esos que tuvieron bajo su dominio, que no aborrezca a los rusos y que no haya sido masacrado por estos genios de la propaganda.
Contra los sometidos los zares actuaban como inmisericordes trastornados José Stalin saqueaba sus cosechas y los mataba de hambre y a Putin le importa una mierda que mueran millones en una guerra absurda e injustificada. Todo vale para hacer realidad sus delirios de grandeza.
El comunismo es una farsa cuyo único soporte es la propaganda. Propaganda que encandila a tontos de todas las latitudes.
¿Cuántos alemanes perdieron la vida tratando de cruzar a la Alemania Comunista?
¿Cuántos latinoamericanos han perdido la vida tratando de llegar al paraíso cubano?
¿Dónde está la prosperidad del sueño bolivariano del fenecido Hugo Rafael Chávez Frías?
Por el contrario, de esos infiernos la gente ha salido huyendo como el diablo a la cruz.
Estados Unidos siempre ha sido el muro de contención que ha frenado la ambición expansionista rusa.
Roosevelt lidió con Stalin como un estadista sensato, Harry Truman levantó el Telón de Acero que salvó a Europa de la plaga del comunismo y Kennedy evitó, posiblemente, la tercera guerra mundial. Nadie que conozca la historia de estos super presidentes-la mayoría de los estadounidenses no conocen la historia de su país-pudo imaginar que un bufón de poca monta pondría a delirar a medio país y llegaría al Despacho Oval. Peor aún, que se pasaría por el trasero a las instituciones que sostienen la democracia con el contubernio de los fanáticos que manejan la Corte Suprema
Es la primera vez, en un hecho sin precedente, que los Estados Unidos de América actúa como un aliado extraño de los rusos. La aparición de Donald Trump y una población que no distingue la realidad de la ficción son un binomio altamente peligroso. Una dupla a la que Putin le va a sacar todo el provecho posible.
Durante generaciones los ciudadanos estadounidenses han sido educados por los Estudios de Hollywood College y mete miedo pensar que cado uno, en este momento, tiene su propio Hollywood en un teléfono móvil.
El azaroso destino del pueblo ruso lo resume la trágica muerte de Lev Trotski y tener que vivir eternamente humillados por la figura de Rudolf Nuréyef.
Estamos a un jumo de Vodka de que un estúpido presione el botón equivocado.