Por Rafael Chaljub Mejìa
A la caída del largo gobierno de Bashar Al-Asad, en Siria, una coalición de grupos islamitas ha tomado el control de ese país.
El líder de esa coalición ha hecho pronunciamientos que lucen sensatos, razonables y dignos de atención.
En el Oriente Medio nada es predecible, menos para quienes como yo, conocen poco las interioridades y los grandes intereses que allí se mueven.
Habrá que esperar a ver cuál orientación le darán los nuevos gobernantes a Siria, pero Abud Mohamed Al-Joni, el nuevo líder, ha dado algunas señales de que no viene a alimentar los conflictos ni en su país ni con sus vecinos.
La suya no es la imagen del fanático. Ha dicho que desea la reconciliación, que serán respetadas todas las etnias raciales y la libertad de creencias de todas las sectas religiosas; ordenó detener los saqueos que empezaron a producirse al colapso del régimen caído; no se han visto matanzas ni desmanes en la dimensión que pudieron producirse, ha buscado una transición ordenada del poder, liberó los presos políticos, ha prometido el fin de la impunidad del crimen y ha dicho que le tiende la mano a todos los sirios, menos a aquellos que las tienen manchadas de sangre. Reitera que necesita la paz y descarta la guerra.
Palabras, pero palabras distintas a las que uno está habituado a oír en los dirigentes de esa región. Merecen al menos una observación y una espera cautelosas.
Pero Israel descarta todo eso y aprovecha para adelantar sus propios planes expansionistas y su pretensión de erigirse en dueño de toda la región.
Aunque primero tenga que destruirlo todo. Ya, a costa de cincuenta mil muertos, destruyó Gaza y demolió media Beirut, y ahora empiezan los bombardeos, también demoledores, contra Siria, con cientos de incursiones aéreas, al tiempo de ocupar la zona desmilitarizada de los Altos del Golán, territorio sirio, que Israel usurpa por la fuerza desde 1967, y ocupar una franja de catorce kilómetros más al interior de Siria.
A los gestos iniciales de los nuevos gobernantes, y en una interpretación torcida del derecho a la defensa, Israel responde con esas agresiones de típico corte expansionista, y así, por nueva vez, liquida de antemano cualquier esperanza, por mínima que sea, de encontrar una solución justa y estable con sus vecinos, que le dé un respiro siquiera a unos pueblos martirizados por unos conflictos bélicos que parecen no tener fin.