Por Juan Diego Quesada
La estampa de Gustavo Petro sentado en una mesa de caoba frente a Álvaro Uribe, hace casi dos años, hizo que muchos se frotaran los ojos. Enemigos declarados, llevaban más de 20 años faltándose el respeto, en lo personal y en lo político. Para cada uno, el otro representaba el demonio. Según los más creyentes, el hecho de que dos formas radicalmente opuestas de entender la vida y de entender Colombia se sentaran en la misma mesa y compartieran un café se debía al crucifijo colgado en la pared que estaba a sus espaldas. En efecto, parecía un milagro.
En ese encuentro ―que luego fueron cuatro más― se llegó a un acuerdo. Petro, recién elegido, gobernaría con el centro, buscaría el pacto nacional político del que se lleva tantos años hablando en distintos gobiernos. Uribe, por su parte, ejercería una oposición responsable, moderada, sensata. El país necesitaba estabilidad, era necesario dársela. Los siguientes meses fueron de tregua, públicamente se respaldaron. Ahora, todo eso ha quedado enterrado y seguramente haya salido a flote el verdadero yo de ambos: la naturaleza del escorpión es la de hundir el aguijón en el adversario.
Petro, que anda obsesionado con que sufre un golpe blando que le impide gobernar, escuchó a Uribe decir el martes en la Universidad de La Sabana que las Fuerzas Armadas debían actuar contra la guerrilla del Estado Mayor Central “quiera o no el presidente”. “Lo peor de las Fuerzas Armadas es quedarse quietas por la orden de un Gobierno”, añadió, y sacó a relucir que el ELN, el grupo armado en negociaciones con el Gobierno de Petro, apoya la idea de una Asamblea Constituyente, a la que también se ha sumado Iván Márquez, el jefe de la Segunda Marquetalia, otra disidencia de las FARC. Por descifrarlo, el mensaje de Uribe es que los proyectos del presidente vienen respaldado por la izquierda guerrillera.
Petro no se quedó callado y en su cuenta de X, su canal de comunicación favorito, puso este miércoles un pantallazo de los artículos 467 y 468 del código penal: “Es delito incitar a derrocar al Gobierno y alzarse en armas contra el orden constitucional”. En el segundo párrafo de los artículos subrayó en negro la frase: “Incurrirá en prisión de cuatro meses a dos años”. Uribe intervino más tarde en un foro y dijo sentirse amenazado por el actual presidente por llamar a los militares a cumplir su deber, que según él no es otro que combatir al enemigo. Lo volvió a comparar con viejos caudillos latinoamericanos con los que Petro ha tratado de marcar distancia: “Esas amenazas de llevar la cárcel a la oposición, como ha hecho Chávez o como ha hecho Ortega (presidente de Nicaragua)”.
Ese tono incendiario domina en este momento la política colombiana. En los chats de WhatsApp de políticos e intelectuales bogotanos predomina el verbo grueso, se exploran los límites del lenguaje hasta el punto de que uno puede pensar que se habla de un golpe de Estado. No existen las condiciones, ni la voluntad, para que algo así se dé. Es algo que se mueve más en el territorio de la especulación. Ese fantasma lo ha azuzado también Petro con discursos confusos y abiertos a la interpretación. Su propósito, dice ahora a menudo, es que sus reformas las haga “el pueblo”, sin que quede claro si eso significa seguir el cauce institucional. Los que ven en Petro a un autoritario utilizan esa ambigüedad para alertar de un peligro para la democracia y encender aún más el debate público. Petro escucha ese eco y responde, y así un día tras otro hasta que cae la noche y los colombianos se van a dormir.
Las cosas han vuelto a su sitio, Petro en un bando, Uribe en otro. El presidente quiere agitar su Gobierno, exprimirlo, conseguir esos cambios de raíz que tanto se le dificultan. Considera que en el Estado hay enquistada una tecnocracia que convierte el sistema en un buque casi imposible de virar. Uribe anda enfrascado en un proceso judicial que lo tiene a punto de sentarse en un banquillo en un caso sobre el que hay abundantes pruebas en su contra, pero quien pensase que iba a morir políticamente en silencio estaba equivocado. En cualquier caso la tregua entre ambos era contranatura. Ha sido cuestión de tiempo que las cosas vuelvan a ponerse en su sitio.