Por Ramón Luna
Con frecuencia la historia la cuentan los que la ganan al precio que sea y la dominicana no es la excepción. La nuestra es una historia llena de héroes inflados, grandes anónimos y acontecimientos nauseabundos.
Hay muchos acontecimientos ignominiosos que constituyen un lastre vergonzoso para la República Dominicana. Sin embargo, en mi humilde opinión, hay dos por encima de todos.
El primero es el destierro al que fue obligado Don Juan Pablo Duarte Diez cuando tuvo que abandonar el país rumbo a la hermana República de Venezuela. Ese destierro lo llevó a morir en condiciones miserables y lo mantuvo en el olvido hasta que el dictador Ulises Heureaux (Lilís) retornó sus restos-el 26 de febrero de 1884-a su patria chica.
El exilio del fundador de La Trinitaria es una afrenta con la que los dominicanos tendremos que vivir por los siglos de los siglos. Su destierro y, posteriormente el de su familia, fue un presagio de esa mediocridad que derrochamos día sí y día también. Tenemos grados superiores reconociendo a incompetentes y relegando al ostracismo a grandes dominicanos/as que se dejaron la vida detrás del proyecto de construir un país avanzado y decente.
Incluso, hoy día hay desaprensivos que buscan notoriedad queriendo minimizar el indiscutible aporte del patricio a la causa del nacimiento del estado dominicano.
El trato recibido por el autor intelectual de la patria es el caso más relevante, pero en una escala discretamente menor hay muchísimos otros.
Nuestras comunidades están repletas de héroes que han sido fabricados en tertulias de colmadones, en charlas de parques de vagos y en salas capitulares gobernadas por analfabetos y amiguetes.
El segundo acontecimiento fue la aberrante decisión del fallecido presidente Joaquín Antonio Balaguer Ricardo, de trasladar al Panteón Nacional-1978-los restos del traidor, asesino y ladrón de glorias ajenas, Pedro Santana Familias. Ese absurdo, que nunca debió producirse, tiene que ser corregido a la mayor brevedad posible.
Sólo a un cómico de poca monta o a un oportunista desmesurado se le ocurre llamar a Don Antonio Duveré g”El Centinela de la Frontera” y enterrarlo al lado de quien alevosamente mandó a ejecutarlo.
Santana nunca creyó en la independencia del pueblo dominicano y trabajó sin descanso hasta que malogró la gesta que nos convirtió en un estado soberano. Como defensor de los hateros, esa clase social cuyo único interés era vendernos al mejor postor, no descanso hasta convertirnos en un despreciable territorio de ultramar del Reino de España.
Este adefesio, que liquidó el período de la Primera República (1844-1861), sembró el territorio nacional de cadáveres derramando la sangre de quienes inscribieron el nombre del país en el concierto de países libres. En la lista de ejecutados por este bandido figuran María Trinidad Sánchez, los hermanos Puello y Antonio Duverge. Francisco del Rosario Sánchez, prohombre y fundador de la patria, también fue fusilado por el ganadero del Seibo.
La gesta de José María Cabral y Luna, los hermanos Puello y Antonio Duverge, quienes salvaguardaron el país de las hordas haitianas desde San Cristóbal hasta la frontera, ha sido usurpada por el que fuera un lumpen de Tomás Babadilla y Briones. Pedro Santana no tuvo que ver con la acertada estrategia desplegada en Azua de Compostela el 19 de marzo de 1844.
Los salones de clase del país no pueden ser una caja de resonancia, donde se siga divulgando que figuras como los hermanos Santana, Tomás Bobadilla, Buenaventura Báez y otros fueron grandes patriotas. Continuar con ese discurso es insultante e irresponsable mientras la memoria de cientos de patriotas fecunda nuestro suelo en un absoluto anonimato
Estos comerciantes de la dominicanidad no pueden compartir escaparate con quienes fundaron La Trinitaria, con los héroes de la Guerra Restauradora y con quienes perdieron la vida combatiendo a más de un dictador.
Tampoco hay espacio para estos serviles de potencias extranjeras, donde están sentados Los Gavilleros, Don Gregorio Urbano Gilbert, Mauricio Báez, los expedicionarios del 14 de junio y los constitucionalistas de 1965.
La luz que resalta los aportes de Don Gregorio Luperón, buque insignia de la Guerra Restauradora y líder de las ideas más avanzadas de la segunda mitad del siglo XIX, no puede ser opacada por los desmanes del mal llamado Marqués de las Carreras.