Es crucial que abordemos la inmigración desde un enfoque humano y pragmático. Regular la situación de los inmigrantes haitianos no solo es un acto de justicia social, sino también una necesidad económica. Al hacerlo, no solo se les brinda la oportunidad de vivir y trabajar dignamente, sino que también se fortalece la economía dominicana y se promueve un ambiente de paz y convivencia.
Por Julio Guzmán Acosta
La migración es un fenómeno humano tan antiguo como la civilización misma. A lo largo de la historia, los grandes movimientos de desplazamiento humano han sido impulsados por condiciones económicas y políticas que obligan a las personas a buscar mejores oportunidades en tierras ajenas. La realidad es que muchos emigran para preservar su vida y huir de condiciones de vida que resultan insostenibles. En medio de esa situación, es fundamental entender que la inmigración no solo es un desafío, sino también una oportunidad para el desarrollo de las naciones.
Los países más desarrollados del mundo, como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Italia y Francia, han construido gran parte de su riqueza económica, cultural y de prosperidad, gracias a la contribución de los inmigrantes, bien estén regularizados o no. Estos individuos no solo han aportado mano de obra, muchas veces en condiciones de precariedad por su estatus migratorio, de lo que muchos empresarios se han aprovechado, enriquecido y además con sus culturas, han enriquecido la cultura local, creando un crisol cultural que enriquece a la sociedad en su conjunto. La diversidad cultural no diluye la identidad nacional; al contrario, la fortalece. La integración de las culturas de los inmigrantes enriquece el tejido social y promueve un ambiente de innovación y creatividad.
En la República Dominicana, la situación de la inmigración irregular, especialmente la de los haitianos, ha sido objeto de intensos debates. Es innegable que la mano de obra haitiana es esencial para sectores económicos clave como la agricultura, la construcción y los servicios domésticos. Sin la contribución de estos trabajadores, muchos de estos sectores entrarían en crisis, afectando no solo la economía, sino también la vida cotidiana de millones de dominicanos.
Sin embargo, la regulación de la inmigración debe ser un proceso que contemple tanto las necesidades del país como los derechos de los inmigrantes. No se puede exigir que los nacionales o descendientes haitianos se sientan “hijos de Duarte, Mella, Sánchez o Luperón” para poder vivir legalmente en la República Dominicana. La identidad nacional no se mide por la sangre, sino por el compromiso y la convivencia en un mismo espacio. La historia de nuestro país está marcada por la diversidad y la mezcla de culturas, y es precisamente esta riqueza cultural la que nos define como nación.
Es crucial que abordemos la inmigración desde un enfoque humano y pragmático. Regular la situación de los inmigrantes haitianos no solo es un acto de justicia social, sino también una necesidad económica. Al hacerlo, no solo se les brinda la oportunidad de vivir y trabajar dignamente, sino que también se fortalece la economía dominicana y se promueve un ambiente de paz y convivencia.
La migración es un fenómeno que no podemos ignorar. En lugar de ver a los inmigrantes como una amenaza, debemos reconocer su valor y su contribución a nuestra sociedad. Al final del día, todos somos parte de un mismo tejido humano, y es nuestra responsabilidad construir un futuro en el que todos tengamos la oportunidad de prosperar. La inmigración, cuando se gestiona adecuadamente, puede ser una fuente de riqueza y diversidad que hace más grande a nuestro país. Haitianos, venezolanos, colombianos, etcétera, al regular su estatus migratorio, crean riquezas económicas y nutren con sus manifestaciones culturales a la Republica Dominicana, eso no se discute, es un axioma. Es hora de abrir los ojos y reconocer que la verdadera fortaleza de un país radica en su capacidad para integrar y valorar a todos sus ciudadanos, sin importar su origen.