Tras ser electo a la presidencia del Instituto Duartiano, el doctor Julio Manuel Rodríguez Grullón dijo con mucho realismo, que como la historia dispuso que debemos compartir la misma isla con Haití, lo más sensato es hacer frente a todos los problemas que eso conlleva y tratar de solucionarlos en medio de la coexistencia y el buen trato entre los dos pueblos.
No habló, ni mucho menos, de unificar la isla, menoscabar nuestra integridad territorial ni sacrificar nuestra soberanía.
Pero, para otros dirigentes del referido Instituto, Rodríguez Grullón cometió un delito de lesa patria y apenas duró un mes en el cargo. Lo suspendieron sumariamente, lo pusieron en capilla ardiente y para destituirlo, le pasaron juicio y lo sentenciaron, al estilo de las cortes marciales manejadas por Santana en su tiempo: “a verdad sabida y buena fe guardada”.
Una acción condenable y preocupante. Porque va mucho más allá del maltrato a un hombre decente, y nos dice, a la vez, hasta donde va llegando la intolerancia. Además, es un acto de injusticia porque si por hablar en tono conciliatorio hacia los haitianos fuera, recordemos al propio patricio Juan Pablo Duarte
El mismo que se rebeló contra el yugo opresor de Haití, el que concibió nuestra separación y se fue al campo de batalla contra los intentos de reocupación de los haitianos.
Ese mismo Duarte nunca predicó el odio y por el contrario, expresó su gran admiración por el pueblo haitiano.
Y, si con esto no peco, diré que con tal de adelantar sus propósitos patrióticos, Duarte favoreció un acuerdo de cooperación política con los haitianos del movimiento llamado La Reforma que, en marzo de 1843, derrocó el largo régimen de Jean Pierre Boyer.
Por demás, extraña que se muestren tan drásticos con el doctor Rodríguez Grullón, los mismos que, a nombre de Duarte, se asocian y se lanzan a la calle con elementos violentos que alaban a Trujillo, que es la negación de Duarte; y ensalzan a Pedro Santana, perseguidor y victimario de Duarte y los duartistas en la primera república y que, en 1861, fue verdugo de la República en el patíbulo del colonialismo español.
Preocupa que en un país donde predomina el libre juego de las opiniones, estén apareciendo tantas manifestaciones de intolerancia y que sus autores sean determinados intelectuales, entre ellos algunos directivos de una institución teóricamente destinada a honrar a Juan Pablo Duarte.