Pedro Ángel
Me ha tomado tres semanas, tras el encuentro, escribir algunas líneas, me recuperaba de esa nostalgia resabiosa que se nos mete cuando vamos para viejo. La penúltima vez que supe de muchos de ellos fue cuando decidí cerrar mi capítulo de reportero que tanto amaba, pero que entendía tenía su techo. Al dejar las redacciones, sentí que era una parte de mi pasado del que nunca me desprendería, como en efecto ha sido.
La última vez que supe de muchos de ellos fue el año 2001, cuando intereses financieros y demás cerraron un capítulo glorioso y destacado del periodismo dominicano. El periódico Última Hora no volvió a salir más.
En el espacio de una Redacción no muy espaciosa cohabitamos como abigarrada esencia de la sociedad dominicana, con todos los colores y cada cabeza derrumbando y erigiendo mundos. Habíamos de izquierda, como era yo; de derechas y del centro. Hasta par de ultraderechistas había. Feministas, antifeministas, comunistas, poetas, artistas, activistas sociales. En fin, un mundo pequeño.
Éramos periodistas jóvenes, con sueños, con la holgura de años pendientes de vivir. Con abrazos mañaneros dictados por la hermandad y el férreo horario que debíamos cumplir desde las 7.00 de la mañana.
En Última Hora tuvimos discusiones políticas, profesionales, sociales y de muchos temas más. Allí encontramos sabiduría y amor. Amamos y desamamos. Sonreíamos y llorábamos. Los intríngulis políticos nos apestaban a unos y a otros los exaltaba.
La sociedad cambiaba en los 90 al ritmo de las teclas. Pasamos de las máquinas viejas a las computadoras, de los componedores a escribir nosotros mismos nuestras historias, personal intermediario entre nosotros los periodistas y a la publicación impresa.
Fue, en fin, una vida intensa, refulgente y con colores para todos. Para mí lo fue más, que siempre ando con las huestes emocionales en la cabeza. Y porque allí conocí a la mujer que aún no logro olvidar.
Hace tantos años. Ha pasado mucho.
En una idea que evolucionó por varios años en la cabeza de Manuel Quiroz, Felipe Mora y Arelis Peña Brito, por fin hicimos un encuentro anhelado por todos. Algunos vinieron del extranjero.
El mes pasado los antiguos periodistas, fotógrafos, diseñadores, choferes, personal administrativo y demás nos reunimos en la casa de una de nuestras compañeras, Ondina, en los altos de Jarabacoa, donde tocábamos la neblina y veíamos el horizonte serrano.
Lloramos, reímos. Comimos también y levantamos moderadas copas de vino para brindar por la amistad, por la vida, por la carrera, por el hermoso pasado en la Redacción y por la luz que nos dejaron los que ya no están.
Ahí me di el gustazo de decirle negrero a mi apreciado Felipe negrero y bocón al querido Ruddy bocón. Y recordarle a Quiroz que era mi soporte cuando las emociones no daban más para estar en pie. Y a los tres expresarle todo lo que aprendí de ellos y toda la gratitud y cariño que le profeso.
También le dije a Rusbel que nunca la voy a olvidar. A Héctor Marte que es el rey del silencio y a Carlos Mejía que gracias a él estoy en un nicho del cual vivo hoy.
Ahí reconocimos a Ruddy por lo bueno que fue como director, porque nos pulió como buenos periodistas. También a Quiroz, un paladín del buen periodismo, maestro y persona sencilla de altos quilates.
Al despedirnos se hacía casi imposible separarnos, retardamos la salida de los que fueron en minibús.
Yo me pasé todo el tiempo con lágrimas en los ojos y ese estupor y ese impacto de la tristeza del pasado me duró tres días. Pensaba que no me iba a reponer.
Fue Última Hora uno de los capítulos profesionales y personales más hermosos en la agitada, intensa y gratificante vida de este descendiente de Milagros y Colé Sánchez.