Este grupo no solo juega con talento, sino con la frescura de quien no sabe lo que es imposible. Como dijo Jean Cocteau, “Lo hicieron porque no sabían que era imposible”. O quizás porque, sencillamente, no tenían ningún otro plan.
Por Ángel F. Guzmán
En el fútbol actual, donde la preparación parece empeñada en controlar cada detalle, el Barcelona de Hansi Flick ha encontrado una dimensión insólita: esa mezcla de fortaleza mental y espiritual que permite remontar lo que parecía imposible y ganar en los últimos minutos. Ese inexplicable “plus” que algunos poseen y que convierte a un equipo en leyenda.
La historia nos recuerda a Borges, quien poco antes de morir admitió, o al menos eso se le atribuye, que desperdició más del 80% de su vida preparándose para problemas que nunca llegaron. Algo similar ocurre en un partido de fútbol: el desenlace a menudo se decide en ese 20% restante, en ese instante donde el carácter y la fortaleza mental pesan más que la técnica o la táctica. El Barça actual ha aprendido a vivir y a ganar en ese margen.
El entrenador Hansi Flick ha puesto el foco en la cabeza, en esa parcela mental que en los últimos años se ha convertido en obsesión para los preparadores físicos y psicólogos. En una reciente entrevista, Flick confesó que su trabajo no solo consiste en diseñar jugadas, sino también en construir dinámicas de grupo que hagan que sus jugadores disfruten y se liberen del agobio. El cambio es palpable: delanteros como Ferran, antes nerviosos y tensos, ahora pisan el césped con hambre y confianza. El sábado, Ferran marcó el gol del empate en el minuto 85, un ejemplo claro de esta transformación.
Lo más llamativo es que el Barça ha arrebatado la épica al Real Madrid, el equipo que durante años ha sido el emblema de las remontadas y las gestas imposibles. Marcos López lo dijo en “El Larguero” y no se puede negar: remontar un partido contra el Atlético de Madrid, uno de los equipos más cerrados y difíciles de batir cuando va ganando, ya es una hazaña. Pero hacerlo contra el Real Madrid, que sustenta su identidad en la épica y la resiliencia, es un golpe aún mayor.
El equipo blaugrana ha dado la vuelta a resultados adversos en momentos decisivos. Más allá de los grandes recuerdos aislados de la historia, como aquella inolvidable noche en Kaiserslautern con el gol de Bakero en 1991, el tanto de Iniesta en el 93 contra el Chelsea o la histórica remontada al PSG en el 6-1, el Barça de Flick ha instaurado una nueva mentalidad. La que le permitió recuperarse contra el Madrid en la final de la Supercopa de España en Arabia Saudí, tras encajar el primer gol de Mbappé y acabar ganando 2-5. O la que resurgió en Valencia, en la primera jornada de Liga, y en Lisboa, donde remontó un 4-2 en contra para acabar ganando 4-5 en Champions. Incluso hace dos jornadas, ante un Celta que ganaba 1-3, el Barça logró marcar el cuarto en el 94 y llevarse el partido.
El resumen de Lamine el pasado sábado fue claro: “Sabíamos que, aunque nos marcaran un gol, o dos, terminaríamos ganando. Este año no pueden con nosotros”.
Más allá de la preparación y la fortaleza mental, hay un aire de despreocupación que sorprende. Estos jóvenes parecen no tener peso sobre sus hombros. Lamine, por ejemplo, se mostró más pendiente de acomodar su nuevo peinado rubio que de la tensión del partido. Esta tranquilidad es un síntoma de la seguridad con la que afrontan cada encuentro. Lo mismo sucede con Cubarsí, Gavi, Fermín o Sergi Domínguez, jóvenes con escasa experiencia pero capaces de anular a figuras consolidadas como Rodrygo en la banda izquierda.
Este grupo no solo juega con talento, sino con la frescura de quien no sabe lo que es imposible. Como dijo Jean Cocteau, “Lo hicieron porque no sabían que era imposible”. O quizás porque, sencillamente, no tenían ningún otro plan.
El Barcelona ha encontrado así una nueva épica. Y en el proceso, le ha robado la suya al Madrid.
Ángel F. Guzmán