Umbral

Una conversación en el tiempo

Yanet destine

Desde tiempos remotos, el hombre siempre ha sentido la necesidad de expresar lo que siente y sucede a su alrededor. Al contemplar la naturaleza y establecer una profunda conexión con ella, se cuestiona: ¿qué mejor forma de plasmar dichas ideas que por medio de la poesía?

Ciertos grupos indígenas pudieron descifrar este misterio y se adueñaron del mismo. Los aztecas, procedentes de México, manifestaron esta voluntad con todas sus fuerzas.  Cuando en 1325 se adueñaron al fin de la isla, quedó inmediatamente confirmado para ellos el poder y el florecimiento de la poesía en su mundo. Estos pueblos indígenas ya tenían indicios de inclinación por este género, puesto que Texcoco ya se había encaminado por el mundo de la “flor y el canto”, siendo esto el primer paso que marcaría su dominancia en este ámbito. Los aztecas, guiados por jefes decididos y audaces como Itzcóatl, Motecuhzoma Ilhuicamina y, sobre todo, por el gran p, iban a convertirse en el pueblo del sol, dispuestos a extender sus dominios más allá de lo que pudiera preverse, y no únicamente en la esfera política. 

Por tanto, en este ensayo nos enfocaremos en conocer a profundidad un poco más sobre la visión de algunos de esos poetas aztecas, cómo expresaban sus inquietudes y sentimientos mediante sus escritos poéticos. Para esto, sería interesante preguntarnos:  ¿Qué tan profunda podría ser la visión poética de estos líderes aztecas sin una preparación académica formal? 

Los nuevos pueblos aztecas habían asimilado la herencia milenaria, pero al hacerla suya, le habían impreso sentidos distintos. Esta es la razón de la aparición de doctrinas, lucubraciones y poemas que muchas veces parecen y son antagónicos. Los sabios y poetas hablaban un mismo lenguaje, se valían de metáforas muchas veces idénticas, pero expresaban con frecuencia formas de pensamiento que respondían a preocupaciones distintas. Esto significa que el arte de las figuras retóricas no era desconocido para ellos, como veremos en algunos fragmentos de sus versos poéticos. 

En primer lugar, comenzaremos con algunos poetas de la región de Texcoco. Con Tlaltecatzin abriremos la galería de los forjadores de cantos, quien fue señor de Cuauhchinanco, en el actual estado de Puebla, a mediados del siglo XIV. Siempre aprovechó la oportunidad de ahondar en la antigua sabiduría del origen tolteca, conocer las doctrinas acerca de Quetzalcóatl y el arte de la expresión cuidadosa en la lengua de los nahuas, como se hablaba en los viejos tiempos.

Pese a que solo se conoce un poema de Tlaltecatzin, se dice que es un poema ni muy largo ni muy corto, pero tan recordado y famoso que lo encontramos incluido dos veces en las colecciones prehispánicas. En su poema se revela un canto al placer en todas sus formas. Lo atractivo de su escrito es la mezcla que hace entre un sentimiento tan placentero y otro tan angustioso de la pérdida de sí mismo por obra de la muerte. Dejando como resultado un exquisito poema en el que le da vida y emociones a sus palabras, por ejemplo: «Yo tengo anhelo, lo saborea mi corazón, se embriaga mi corazón, en verdad mi corazón lo sabe; ¡Ave roja de cuello de hule!, fresca y ardorosa, luces tu guirnalda de flores. ¡Oh, madre! Dulce, sabrosa mujer, preciosa flor de maíz tostado, solo te prestas, serás abandonada, tendrás que irte, quedarás descarnada».

En estos fragmentos se puede apreciar cómo Tlaltecatzin desgarra su corazón frente al placer sentido por una mujer. Las metáforas que cubren sus palabras embellecen el significado

profundo que las mismas esconden, dejando ver por medio de un juego de palabras halagos bien seleccionados que exaltan sus más insondables deseos. Otra de las figuras retóricas que también se puede ver en el poema de este líder es la anáfora, en las últimas partes de dos de sus versos en su poema.

Por otro lado, el segundo poeta que analizaremos es considerado el que más fama alcanzó: el tantas veces citado Nezahualcóyotl. De este poeta se han comentado muchas cosas, ya que, además de escritor, era gobernante. Aunque su rango contribuyó originalmente a su fama, la justificación plena de esta está en el valor intrínseco de su obra y pensamiento comprendidos integralmente. Así mismo, este destacado poeta recibió elogios que ahondan en

la raíz de su sabiduría, que llevaban consigo sus palabras.

Su largo reinado de más de cuarenta años aparece en los textos como una época de esplendor en la que florecen extraordinariamente las artes y la cultura. El pensamiento de Nezahualcóyotl ahonda en el misterio, y algunos de sus escritos tenían el siguiente tono: «Solo allá en el interior del cielo Tú inventas tu palabra, ¡Dador de la vida! ¿Qué determinarás? ¿Tendrás fastidio aquí? ¿Ocultarás tu fama y tu gloria en la tierra? ¿Qué determinarás? Nadie puede ser amigo del Dador de la vida». Este escritor tenía el poder de adueñarse de las palabras como bien le parecía para transmitir belleza y un sinfín de sensaciones inescrutables.

Y, en tercer lugar, daremos cierre a nuestra galería con el poeta que, además de gobernante de Tepechpan, era también forjador de cantos. Por ello, pudo dejarnos en su poesía el testimonio de su tristeza por la traición recibida por medio de Nezahualcóyotl, su amigo, el cual le robó a su mujer y al final le mandó a asesinar en la guerra, relato muy parecido a la historia del rey David y Urías en la Biblia. Sus cantos estaban teñidos de tristeza, como se ve en estos versos:  «¿Adónde en verdad iremos que nunca tengamos que morir? Aunque fuera yo piedra preciosa, aunque fuera oro, seré yo fundido, allá en el crisol seré perforado. Solo tengo mi vida, yo, Cuacuauhtzin, soy desdichado».

Sin duda, podríamos afirmar que es más que obvio que estos poetas aztecas tenían más que el dominio del arte de las palabras. Las mismas eran parte de su esencia; respiraban poesía, y en ella habían encontrado el mejor de los caminos para transmitir el meollo de su pensamiento y, sobre todo, de su más honda intuición.

Referencias 

León-Portilla, M. (2003). Trece poetas del mundo azteca. Universidad Nacional Autónoma de México.

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La autora del artículo es estudiante de la Licenciatura en Lengua Española y Literatura en el Instituto Superior de Formación Docente Salome Ureña, recinto Félix Evaristo Mejía de Santo Domingo.

yanetgarcon@gmail.com

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