Por Rafael Chaljub Mejía
Un solo gobierno, fue el grito de batalla. Lograr el dominio político y administrativo en el ejecutivo, el municipal y el legislativo. Y ahí lo tienen. Ese es su gran triunfo y tienen derecho a celebrarlo.
El presidente Luis Abinader y sus partidarios tienen derecho a asumir todos los poderes conquistados y el país tiene todo el derecho a exigir y esperar que promesas que no se cumplieron se conviertan ahora en realidad.
La pandemia, las consecuencias de la guerra en Ucrania, las catástrofes naturales que la mala fortuna volcó sobre el país, consumieron el tiempo, los recursos y las energías que el Gobierno debió invertir para enfrentarlas.
La actitud, a veces obstruccionista, de parte de la oposición conspiró contra la aprobación de medidas y reformas cada vez más indispensables para el avance democrático del país. Hoy nada de eso existe o tiene el peso que tuvo y el presidente tiene la cancha libre para moverse. Ese es su desafío.
Como no buscará otra reelección, ya no es un candidato en campaña. Sus circunstancias son otras. Y aunque no es de esperar que haga cosas contra la causa de su partido, ahora es más libre que antes.
En su primer período propuso un interesante paquete de reformas, pero condicionó su aprobación a la aprobación de las fuerzas opositoras y los sectores más conservadores y las cosas se quedaron a medio talle.
Ahora al presidente debe importarle el legado que deje a sus espaldas cuando salga del Palacio Nacional. Tiene todo el poder en sus manos y aunque no debe hacer mal uso de ese poder, aquí hay reformas que son impostergables y hay que hacerlas.
Como la ley del aborto y las tres causales, promesa reiterada del presidente y todavía incumplida porque el presidente cedió al parecer, ante las presiones de fuerzas conservadoras.
Cuando esas fuerzas, como las iglesias, tienen influencia tradicional pero en términos electorales nunca han decidido unas elecciones.
En 1962, cuando el país aún no acababa de salir de las tinieblas, la iglesia militó en favor de los cívicos y contra el profesor Juan Bosch y el electorado votó por Juan Bosch.
Esas fuerzas conservadoras volverán a presionar para frenar toda reforma progresista y democrática. Aún dentro del sistema predominante, y sin sacrificar los objetivos finales, las reformas democráticas son importantes.
Presionamos y participemos militantemente en esa lucha del día a día, cotidiana y gris como decía Lenin, con nuestras reivindicaciones políticas en alto, para que las reformas se realicen. Nosotros también estamos desafiados.