Más allá de su humildad, Mujica supo interpretar los momentos históricos. Fue guerrillero cuando la lucha armada parecía necesaria, político legal cuando la democracia abría sus puertas, y líder moral para generaciones futuras sin imponer su voz, sino influyendo con agudeza y ejemplo.
Por Julio Guzmán Acosta
La chacra más famosa del mundo, situada en el Rincón del Cerro, amaneció diferente tras la partida de José “Pepe” Mujica, el exguerrillero y expresidente uruguayo que se ganó el respeto y la admiración global no por ostentaciones ni discursos grandilocuentes, sino por su sencillez, coherencia y profunda humanidad.
“Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido y le di un sentido a mi vida. Moriré feliz”, dijo Mujica en una de sus frases más emblemáticas. Su vida fue una constante lucha: “Gasté soñando, peleando, luchando. Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas por cobrar. No se cansen de ser buenos, aunque ser bueno no sirve para mucho. Sirve para no arrepentirse con uno mismo”.
Tras décadas marcadas por la militancia guerrillera en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, Mujica optó por la política legal y democrática, llegando a la Presidencia de Uruguay en 2010. Durante su mandato, llevó la austeridad al extremo, simbolizada en su famoso Volkswagen Fusca celeste, con el que paseaba sin escoltas y rechazó vender pese a recibir una millonaria oferta.
La chacra que Mujica compró tras su liberación en los años 80 se convirtió en un epicentro de encuentros con líderes mundiales y figuras destacadas como el rey Juan Carlos I de España, las expresidentas Cristina Fernández y Dilma Rousseff, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, y el dominicano Luis Abinader, entre otros. En ese terreno, entre árboles y flores que él mismo cuidaba, Mujica soñó y construyó su legado.
Su relación con su inseparable perra Manuela —una compañera fiel de tres patas— refleja su amor por la vida sencilla y auténtica. Mujica expresó que desea que sus cenizas se esparzan bajo un secuoya en la chacra, junto a Manuela, símbolo de su apego a lo esencial.
Más allá de su humildad, Mujica supo interpretar los momentos históricos. Fue guerrillero cuando la lucha armada parecía necesaria, político legal cuando la democracia abría sus puertas, y líder moral para generaciones futuras sin imponer su voz, sino influyendo con agudeza y ejemplo.
José Mujica deja una lección imborrable: la grandeza política no reside en el poder ni en la riqueza, sino en la coherencia, la sencillez y la lucha constante por un mundo mejor.
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