ROBERTO ACEVEDO
La República Dominicana se encuentra en una encrucijada. Un país con un rico legado cultural y una historia vibrante ahora enfrenta una disyuntiva crítica: avanzar hacia un futuro que sea auténtico y cohesionado, o sucumbir a una realidad “inorgánica,” marcada por desconexiones profundas y un progreso que, aunque visible, carece de alma y dirección.
La Realidad Actual: Un Progreso Desconectado
Hoy, la República Dominicana experimenta un crecimiento económico impresionante, impulsado por el turismo, las remesas y la construcción. Sin embargo, este progreso, en muchos casos, parece ser inorgánico. Es un crecimiento que a menudo no responde a las necesidades fundamentales de la población. Mientras que las cifras macroeconómicas pintan un cuadro positivo, la desigualdad, la corrupción y la falta de oportunidades siguen siendo realidades palpables para una gran parte de los dominicanos.
El término “inorgánico” aquí no se refiere solo a la falta de sustancia natural, sino a una desconexión más profunda: entre las políticas y la gente, entre el crecimiento y el bienestar social, entre el presente y el futuro. La sociedad dominicana enfrenta una crisis de identidad, donde la modernización y el desarrollo no siempre reflejan un progreso equitativo y justo.
El Futuro: Un País en Encrucijada
El futuro de la República Dominicana se define por la manera en que enfrentará los desafíos actuales y las decisiones políticas que se tomen en los próximos años. A pesar del impresionante crecimiento económico impulsado por sectores como el turismo, las remesas y la construcción, este progreso muchas veces parece ser superficial, desconectado de las necesidades reales de la población. En lugar de generar un desarrollo equitativo, ha exacerbado las desigualdades y dejado al país vulnerable a crisis globales como la pandemia del COVID-19, que expuso las fragilidades estructurales de nuestra economía.
Es en este contexto que el presidente ha propuesto una modificación constitucional, argumentando que su propósito es “blindar la democracia.” Sin embargo, esta iniciativa ha generado escepticismo, especialmente cuando se contrasta con acciones recientes, como la designación de funcionarios electos en cargos ministeriales, lo que plantea interrogantes sobre las verdaderas intenciones detrás de estas reformas. La reciente designación de Kelvin Cruz, alcalde de La Vega, como ministro de deportes es un ejemplo claro de cómo se puede desvirtuar la voluntad popular, poniendo en tela de juicio el compromiso real con la democracia.
Si se pretende blindar la democracia y la voluntad popular, se debe empezar respetando precisamente eso. Nombrar a funcionarios electos en cargos ministeriales va en contra del principio de respeto a la voluntad de los votantes, quienes eligieron a esos individuos para que cumplieran funciones específicas en sus localidades.
Además, cualquier modificación constitucional que se realice con el objetivo de fortalecer la democracia debe contemplar medidas concretas para evitar el abuso de poder. Una propuesta sensata sería que toda persona que renuncie a un cargo de elección popular no pueda presentarse como candidato al mismo nivel en el próximo periodo de elección siguiente, ni ocupar un cargo público, salvo en la docencia, durante los dos primeros años posteriores a su renuncia. Esto garantiza que la voluntad popular sea respetada y que los cargos públicos no sean utilizados como trampolín para otros intereses.
Otra reforma crucial sería la elección del procurador general de la República por un Consejo Electoral Judicial, compuesto por el presidente del Tribunal Constitucional, el presidente de la Suprema Corte de Justicia, el Defensor del Pueblo, el director de la Defensa Pública, un senador y un diputado de partidos diferentes al del presidente, y un representante de una organización de derechos humanos. Este cambio podría asegurar un mayor grado de independencia y neutralidad en el sistema de justicia, reforzando así la confianza pública en las instituciones.
La Juventud: Esperanza o Desconexión
La juventud dominicana es, sin duda, uno de los recursos más valiosos del país. Sin embargo, muchos jóvenes se sienten desconectados de un sistema que no responde a sus aspiraciones. El desempleo juvenil es alto, la migración sigue siendo una salida atractiva, y las oportunidades educativas, aunque mejoradas, no siempre se traducen en empleos de calidad.
A pesar de estos desafíos, la juventud ha demostrado ser un agente de cambio. Movimientos recientes, liderados por jóvenes, han desafiado el statu quo, exigiendo mayor transparencia, justicia social y una verdadera representación. La juventud dominicana está en una posición única para liderar un renacimiento social y político, pero para ello necesita un entorno que le permita prosperar y ser escuchada.
El Rol de la Izquierda: Renacimiento o Extinción
Históricamente, la izquierda en la República Dominicana ha jugado un papel crucial en la lucha por la justicia social. Sin embargo, en las últimas décadas, su influencia ha disminuido, en parte debido a la fragmentación interna y a la incapacidad de adaptarse a los nuevos desafíos del país.
El futuro de la izquierda dependerá de su capacidad para renovarse y conectar con las necesidades de la población. En un mundo cada vez más polarizado, la izquierda tiene la oportunidad de presentarse como una alternativa viable, enfocándose en la igualdad, los derechos humanos y la sostenibilidad. Pero para lograr esto, debe abandonar los dogmas del pasado y abrazar un enfoque más pragmático y orientado a resultados.
Hacia un Futuro Orgánico
El término “inorgánico” nos invita a reflexionar sobre la dirección que queremos para nuestro país. ¿Queremos un desarrollo que simplemente persigue cifras y estadísticas, o uno que realmente mejore la vida de todos los dominicanos? Un futuro “orgánico” implicaría un enfoque más equilibrado, donde la tecnología, la juventud y las ideologías políticas trabajen en armonía para crear una sociedad más justa y equitativa.
El camino hacia un futuro orgánico no será fácil. Requiere de un compromiso colectivo, un liderazgo visionario y una ciudadanía activa que esté dispuesta a luchar por un país que refleje sus valores y aspiraciones más profundas. La República Dominicana tiene el potencial de ser un faro de justicia social y desarrollo sostenible en la región, pero solo si nos comprometemos a construir un futuro que sea auténtico, inclusivo y verdaderamente conectado con las necesidades de todos sus ciudadanos.