El desafío de construir algo más equitativo que el capitalismo.
La posibilidad de cambiar el mundo y construir un sistema más justo y equitativo que el capitalismo actual no está cerrada. Por el contrario, continúa siendo una aspiración profundamente humana. Habita en las luchas sociales, en los márgenes, en los sueños que se niegan a morir. Sin embargo, frente a la magnitud de las crisis contemporáneas —climática, social, económica, política—, esa posibilidad se percibe lejana, casi inalcanzable.
El capitalismo, en su fase actual del imperialismo, ha demostrado una enorme capacidad de adaptación y reciclaje. Sobrevive a crisis económicas, pandemias, guerras y hasta a sus propias contradicciones internas. Se reinventa constantemente, absorbiendo resistencias, domesticando disidencias, maquillando desigualdades con discursos de progreso, innovación y desarrollo. Pero tras ese velo persisten realidades brutales: concentración de la riqueza en pocas manos, destrucción del planeta, precarización de la vida, despojo de comunidades enteras.
La historia como prueba de lo posible
La historia está llena de momentos en los que lo impensable se volvió real. Las revoluciones haitianas (1791), rusa (1917), revolución albanesa (1939), la China en (1949), cubana (1959), nicaragüense (1979) sacudieron los cimientos de sus épocas, demostrando que los sistemas de dominación pueden ser desafiados desde abajo. La caída del apartheid en Sudáfrica o los movimientos anticoloniales en Asia y África en el siglo XX revelan cómo la voluntad colectiva puede transformar estructuras profundamente arraigadas.
Construir desde abajo: resistencias que crean
En medio de un mundo dominado por el capital financiero, hay experiencias que, sin grandes titulares, construyen alternativas reales. Las cooperativas recuperadas en Argentina tras la crisis de 2001 muestran cómo los trabajadores pueden autogestionar empresas sin patrón ni explotación. En Brasil, el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) ha creado asentamientos donde la producción agroecológica convive con educación popular y organización democrática.
Estas experiencias no son perfectas ni están exentas de contradicciones. Pero son semillas. Demuestran que es posible vivir, organizarse y producir al margen —o en contra— de la lógica capitalista.
Imaginación política y creativa para romper el cerco
El desafío no es solo estructural, sino también cultural. El capitalismo no solo controla medios de producción, sino también modos de pensar. Ha colonizado el deseo, moldeado la subjetividad, hecho parecer “natural” lo que en realidad es construido. Romper con esta lógica implica reapropiarse de la imaginación política, recuperar la capacidad de soñar, de construir futuros posibles.
La filósofa feminista Silvia Federici señala que: “No se trata simplemente de redistribuir la riqueza, sino de repensar la vida misma, de romper con la lógica del capital que pone la ganancia por encima del cuidado, la cooperación y la comunidad.”
Esto implica cambiar la pregunta. Ya no se trata solo de cómo resistir al capitalismo, sino de cómo construir en su lugar. Cómo poner en el centro la vida, el cuidado, los vínculos familiares, la Tierra, los saberes colectivos. Cómo generar espacios donde la Casa Común, como proclamaba el Papa Francisco, vuelva a ser el fundamento de lo político y lo económico.
Lo improbable no es lo imposible
Sí, cambiar el mundo parece una tarea titánica. Pero lo improbable no es sinónimo de imposible. Las grandes transformaciones históricas nunca fueron fáciles ni inmediatas. Requirieron persistencia, creatividad, alianzas improbables y, sobre todo, fe y amor en la posibilidad de otro mundo.
Como escribió el filósofo marxista Ernst Bloch: “Lo que no está aún hecho, sigue siendo posible.” Y como recordó la activista y poeta afroamericana Audre Lorde: “No hay lucha sin sueños.”
Lo que venga después del capitalismo no está escrito. Y aunque no hay fórmulas mágicas, sí hay caminos que ya se están trazando desde abajo. La pregunta que queda es: ¿nos atrevemos a caminar juntos hacia allá?