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PAOLA CHALJUB THEN
Hace semanas salió a relucir la noticia de un entrenador y dueño de una academia de fútbol en Santiago acusado de reproducción y consumo de pornografía infantil. A Celso Manuel Portela Álvarez, que trabajaba directamente con menores de edad y estaba asociado a una escuela de fútbol de un colegio privado, se le señala por compartir y consumir enlaces de sitios de pornografía infantil y le han sido dictados tres meses de prisión como medida de coerción. Argumento suficiente para saber que las autoridades han encontrado evidencias de peso en este caso.
El caso no es el primero ni el último, como Portela deben haber más, sin embargo, dos puntos deben causar preocupación y mover a los padres y a las escuelas. Primero, la ausencia de un filtro y de medidas que ayuden a depurar a estos enfermos a fin de evitar que trabajen directamente con niños; y dos, que desde el Ministerio de Educación, como ente que rige las escuelas tanto públicas como privadas, no se disponga de seguimiento en estos casos para condenar las puertas de las escuelas a pedófilos y pederastas. Es decir, que desde el MINERD, por lo menos las escuelas, dispongan de un sistema que permita conocer el historial de quienes dicen ser maestros o entrenadores.
También, que desde el sistema judicial se disponga del historial de los maestros que se hayan visto envueltos en casos que impliquen de alguna forma, la que sea, cualquier tipo de abuso infantil. Se sabe bien que la falta de seguimiento de las familias que desisten en estos casos, tratando de cuidar la imagen e integridad del menor, es un problema que hay que atender; pero que bien se resuelve con elevar la garantía del manejo discreto y totalmente confidencial de estas situaciones que involucran a menores. El mal manejo de la prensa en estos casos, es un tema que merece otro artículo y que apena y avergüenza a quienes tratan de ejercer el periodismo con ética y responsabilidad.
Ahora lo que toca es ser celosos, bravos y aguerridos cuando se trata de defender la inocencia, y de una forma u otra, también la vida de nuestros hijos. Porque si bien los controles de perseguir la pedofilia y los delitos a menores han mejorado, hay que mantenerse alerta siempre ante la mínima sospecha de que algo no anda bien.
Como padres, hablar con los hijos, ser enfáticos en que nada que comprometa su integridad o que los haga sentir incómodos está bien ni deben hacerlo; claros, contundentes, en que ante cualquier situación el apoyo de los padres y el núcleo familiar estará ahí para ellos, que hablen y denuncien. Que la palabra de un niño es ley.
Desde la escuela, que se puedan contar con mecanismos de respaldo más eficientes desde el MINERD y que entre los mismos centros se cree una red de apoyo y difusión que sirva como filtro en estos casos. Si una escuela recibe solicitud de un maestro, acudan a las referencias y que esas referencias bajo la ética y el compromiso que asume una escuela de cuidar cada niño, hable con franqueza de los hechos.
La escuela debe permanecer como el lugar seguro donde dejamos nuestros hijos; la segunda casa donde los niños aprenden y sientan las bases para la vida y el futuro. El oficio de maestro, entre todos el más noble, tampoco merece ser mutilado ni ensuciado con hechos cometidos por enfermos que usurpan la vocación de un maestro para cometer sus aberraciones y nosotros, los padres, tampoco podemos permitirlo.
No existen segundas oportunidades para un monstruo que sea capaz de dañar un niño.