RAMON LUNA
Si los grandes partidos políticos de la República Dominicana fueran equipos de beisbol, el Partido Revolucionario Dominicano tendría los peores promedios de la liga. Ha sido tan pobre su rendimiento que terminó desapareciendo del torneo, porque ya no califica ni para jugar en ligas menores. A nadie le interesa un equipo que bateó para un pírrico 0,49% elecciones del pasado 19 de mayo. Los seis triunfos obtenidos por este partido entre 1962 y el 2024, lo confirman como un fracaso mayúsculo, un esperpento, un ejemplo de lo que no debe hacer una institución política en los regímenes democráticos.
El Partido Revolucionario Dominicano estaba llamado a cosechar triunfos como los obtenidos por el Partido Revolucionario Institucional en México, Acción Democrática en Venezuela o el Partido Socialista Obrero Español, en el Reino de España. El partido llamado a transformar la sociedad dominicana y a construir un estado sólido, terminó siendo una guarida de bandos enfrentados en una permanente lucha fratricida. La clase media y el empresariado del país vivían asustados ante los desmanes de un grupo de seudo dirigentes, cuyo único mérito era que llevaban pila de años en el partido y no tenían miramientos en entrarse a tiros y a sillazos.
El doctor José Francisco Peña Gómez, quien hizo todo tipo de sacrificio tratando de domar a esa fiera, acabo devorado por las ambiciones desmedidas de un grupo de incompetentes e indisciplinados. En cambio, el doctor Joaquín Antonio Balaguer Ricardo aprovechó la incapacidad de un grupo de loco viejos, quienes preferían perder antes que dar paso a un compañero del partido, para agenciarse “La Ñoña y sacarle título de propiedad a la “Silla de Alfileres”.
En treinta años el Partido Reformista Social Cristiano, propiedad absoluta de “vuelve y vuelve”, gobernó cinco veces. También, el Partido de la Liberación Dominicana ganó cinco veces la presidencia de la República en 31 años de existencia y el Partido Revolucionario Moderno, a quien asechan los fantasmas del jacho apagado, ha ganado tres elecciones en un período de doce años. Sólo los partidos de izquierda, un desastre aún peor, han tenido un desempeño inferior al del partido fundado en Cuba en 1939.
No debe sorprendernos lo de la “izquierda” en República Dominicana, una parte vendió a sus compañeros como ganado y la otra sucumbió ante los fajos de billetes y los nombramientos gubernamentales.
Macorís, y no hablo de San Pedro ni de San Francisco, fue una figura funesta para la izquierda dominicana, para el sindicalismo nacional y para quienes se aferran a la decencia como principio de vida. ¡Diablo, qué riñones tenía el carajo ese! Aunque le ha tocado al ingeniero Miguel Vargas Maldonado, sepulturero de modales ordinarios y billetera alegre, dar cristiana sepultura a la fiera que hacía temblar el Puente de la 17, los demonios que atormentaron al PRD se remontan a los orígenes del partido.
El aire de superioridad y la falta de cojones de Don Juan Emilio Bosch y Gaviño, quien veía al PRD como su buey y a sus compañeros como garrapatas, fue el presagio de lo que sucedió posteriormente. Hablamos de un líder que, mientras acribillaban a sus discípulos, vivía del cuento en el exilio. La mediocridad de la mega pluma de la literatura dominicana no tenía limites, siendo su acto más bochornoso tratar de desconocer el triunfo de su antiguo partido en 1978.
Hay mucho vino viejo en el odre nuevo del PRM, no podía ser de otra manera. Muchos compañeros siguen sin entender de que va el asunto y siguen anclados en las viejas prácticas. Basta con echarle una ojeadita al gabinete del presidente y a las designaciones del cuerpo diplomático de la República en el exterior para saber que la cantaleta de “yo tengo siete siglos en el partido” es cosa del pasado. Ahora, a los años hay que sumarle currículo y hasta un poco de abolengo.
El país marcha hacia un estado descentralizado, donde el sector privado genera empleo y el gobierno impulsa proyectos de desarrollo. Los ministros dejaron de ser semidioses de sus ministerios para convertirse en verdaderos servidores públicos, es por eso por lo que en el círculo de espera no cabe uno más. La aparición de “outsiders”, no políticos enganchados a políticos, ha restado importancia a las estructuras política. Ahora es más importante el candidato que el partido.
Donald Trump, Javier Milei, Giorgia Meloni y Omar Fernández son claros ejemplos de eso. Las vallas, los bandereos y las mega caravanas inciden cada vez menos en la decisión final del electorado. El pasado proceso, también es un ejemplo de lo mismo. De los tres candidatos presidenciales en los comicios del 19 de mayo, salió peor parado el que tenía índices de popularidad inferiores a los que tenía su partido: Abel Martínez. En la nueva era los procesos políticos se desarrollan con tanta prisa, que los nuevos actores envejecen a velocidad de crucero y el desgaste es tan descomunal que una década parece un siglo.
La sobre exposición que producen las nuevas herramientas, redes sociales e inteligencia artificial, arrebata en un plis plas la frescura y convierten a un Benjamín en un Matusalén achacoso y cansino. En el 2028, veremos si es chicle lo que mastica la chiva.