Por Julio Guzmán Acosta
En la penumbra de la historia, donde los ecos de la libertad retumban con fuerza, se alza la crónica de los Héroes del 30 de mayo. Su gesta, tejida con el hilo dorado del valor y el sacrificio, resuena a través de los años como un himno a la resistencia contra la tiranía.
En la tierra de Quisqueya, donde el sol besa el mar y la brisa susurra canciones de coraje, se alzaron hombres valientes, forjadores de destinos, portadores de esperanza en una era de oscuridad.
Eran los Héroes del 30 de mayo, cuyos nombres se grabaron en el mármol de la memoria, como estrellas que brillan en la noche más oscura como rayos de libertad, guiando el camino hacia la aurora tan ansiada y anhelada por el pueblo domiminicano.
Pedro Livio Cedeño, herido en la batalla, marcado por el destino, su sangre derramada en la Hacienda María, su grito de dolor, un eco perpetuo, una llamada a la justicia que trasciende el tiempo y el espacio.
Amado García Guerrero, guerrero de verdad, su vida vendió cara, enfrentando a la muerte con la frente en alto, desde su refugio, desafió a sus verdugos, su valentía, un faro en la tormenta de la represión.
Juan Tomás Díaz y Antonio de la Maza, errantes en la ciudad, con la libertad como norte y la esperanza como guía, enfrentaron al destino, lucharon con honor, su legado, una llama por la libertad que nunca se extinguirá y que las nuevas generaciones deben asir con fuerza hasta conquistar una República Dominicana como la soñaron, Duarte, Los Trinitarios y los Restauradores de la patria.
Antonio Imbert Barreras y Luis Amiama Tió, buscadores de asilo en la tempestad de la persecución, hallaron refugio en la solidaridad, su partida, un adiós temporal a la tierra que tanto amaron.
La Hacienda María, escenario de tragedia, donde la vida y la muerte danzaron su macabro vals, allí cayeron héroes, allí se forjó la leyenda, en el altar del sacrificio por la patria libre y digna.
La noche del magnicidio, cuando la avenida George Washington fue testigo del fin de una era, los héroes, con su acción, encendieron la chispa que iluminaría el camino hacia un nuevo amanecer.
Estos valientes ajusticiadores, arquitectos de la historia, sembradores de libertad en un campo de opresión, dejaron una huella imborrable, un legado eterno, su sacrificio, un testimonio de su inquebrantable amor por la patria, la libertad y la justicia.
Hoy, sus nombres resuenan, sus historias se cuentan, su espíritu vive en cada corazón dominicano, porque mientras haya memoria, mientras haya gratitud, los Héroes del 30 de mayo nunca morirán y estarán en el corazón de los hijos de Duarte, Luperon, Manolo, Caamano y de cientos de quisqueyanos que han ofrendado sus vidas por la libertad de la patria.