Hoy, más de 13 millones de ecuatorianos tienen en sus manos una decisión trascendental: elegir entre la continuidad de un gobierno que ha profundizado la crisis o el cambio hacia un proyecto que promete recuperar la esperanza.
Daniel Noboa llegó al poder en 2023 presentándose como una alternativa renovadora, pero su gestión ha sido un fracaso rotundo. Bajo su mandato, Ecuador se ha convertido en uno de los países más inseguros de la región, con índices de violencia que superan incluso a los de naciones en conflicto. Su incapacidad para resolver la crisis energética —que dejó al país sumido en apagones recurrentes— y su manejo económico, marcado por el desempleo y el alza del costo de vida, demuestran que su discurso no se tradujo en soluciones. Peor aún, ha usado los recursos del Estado para favorecer su campaña, violando el principio básico de equidad democrática.
Frente a esto, Luisa González representa no solo la posibilidad de un giro, sino la oportunidad de reconstruir un país fracturado. Las encuestas la ubican como favorita, no por casualidad, sino porque su propuesta —respaldada por amplios sectores sociales, incluido el movimiento indígena— ofrece políticas concretas: reactivación productiva, seguridad con justicia social y defensa de los servicios públicos. Es significativo que, en un momento de polarización, su llamado a la unidad haya logrado sumar a fuerzas políticas diversas, desde la izquierda hasta sectores moderados.
El pueblo ecuatoriano no puede permitirse cuatro años más de improvisación y retroceso. Noboa ha tenido su oportunidad y la desperdició. Hoy, la democracia exige rectificar el rumbo. Votar por Luisa González no es solo un acto político; es una defensa del futuro del Ecuador.
Que prevalezca la voluntad popular, sin interferencias, y que el país demuestre, una vez más, que la dignidad se elige en las urnas.