Por Julio Guzmán Acosta
La elección de Albert Ramdin como nuevo secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) no solo marca el final de la controvertida gestión de Luis Almagro, sino que también representa una oportunidad para que el organismo regional comience a sanar las heridas causadas por años de polarización, desprestigio y sumisión a los intereses de Washington. La llegada de Ramdin, respaldada por países clave como Brasil, México, Colombia y Chile, augura un cambio de rumbo en la OEA, alejándose de la política de alineamiento automático con Estados Unidos y acercándose a una postura más autónoma y equilibrada.
El nefasto legado de Almagro
Luis Almagro dejará la OEA con un legado marcado por la división y el descrédito. Su gestión, caracterizada por un alineamiento vergonzoso con la política exterior estadounidense, convirtió a la organización en un instrumento de presión y no en un espacio de diálogo y cooperación. Su postura frente a crisis políticas en la región, como las de Bolivia, Perú y Venezuela, fue especialmente reprochable.
En Bolivia, Almagro avaló el golpe de Estado contra Evo Morales en 2019, utilizando un informe cuestionable sobre las elecciones como justificación para la ruptura del orden constitucional. En lugar de defender la democracia, la OEA bajo su mando se convirtió en cómplice de un proceso que sumió al país en una profunda crisis política y social. Este episodio no solo manchó la reputación del organismo, sino que también dejó en evidencia su falta de independencia y su servilismo hacia los intereses de Washington.
En Perú, la OEA guardó un silencio cómplice ante la crisis desatada tras la destitución del presidente elegido en las urnas, Pedro Castillo en 2022. Mientras las protestas se intensificaban y la represión se recrudecía, Almagro prefirió mirar hacia otro lado, evitando cualquier pronunciamiento firme que defendiera la estabilidad democrática y los derechos humanos. Este comportamiento no hizo más que reforzar la percepción de que la OEA, bajo su liderazgo, era un instrumento al servicio de los poderes fácticos y no de los pueblos.
Pero quizás el capítulo más oscuro de la gestión de Almagro fue su obsesión por deslegitimar al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela. En lugar de actuar como un mediador imparcial, Almagro se convirtió en un vocero de la agenda estadounidense, promoviendo sanciones, aislamiento y una retórica belicista que solo exacerbó la crisis venezolana. Su reconocimiento del autoproclamado Juan Guaidó como «presidente interino» en 2019 fue un acto de sumisión política que manchó la reputación de la OEA y la alejó de su mandato original: ser un espacio de diálogo y cooperación entre las naciones del continente.
Ramdin: ¿Una nueva esperanza para la OEA?
La elección de Albert Ramdin como sucesor de Almagro abre la posibilidad de un nuevo comienzo para la OEA. El hecho de que países como Brasil, México, Colombia y Chile hayan respaldado su candidatura es un indicio claro de que la región busca un cambio de rumbo. Estos gobiernos, junto a otros de centro y centroderecha, así como el apoyo unánime de la Caricom, han enviado un mensaje contundente: la OEA no puede seguir siendo un apéndice de la política exterior estadounidense.
Ramdin, un diplomático experimentado y conocido por su capacidad de construir consensos, representa una oportunidad para restaurar la credibilidad del organismo. Su disposición a dialogar con el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela contrasta con la postura intransigente de Almagro y sugiere un enfoque más equilibrado y menos ideologizado. Además, su cercanía con China, un actor cada vez más influyente en la región, podría contribuir a un reequilibrio en las relaciones internacionales de la OEA, reduciendo la dependencia histórica de Washington.
El desafío de Ramdin: reconstruir la credibilidad de la OEA
Sin embargo, el desafío que enfrenta Ramdin es enorme. La OEA no solo necesita recuperar su credibilidad, sino también redefinir su rol en un contexto regional marcado por la fragmentación política, la desigualdad social y la creciente influencia de potencias extracontinentales. Para lograrlo, el nuevo secretario general deberá demostrar independencia, promover el diálogo inclusivo y, sobre todo, resistir las presiones de aquellos que buscan utilizar la OEA como un instrumento de dominación.
El apoyo de países clave como Brasil, México, Colombia y Chile a la candidatura de Ramdin augura una nueva dinámica dentro de la OEA. Estos gobiernos, junto a otros de la región, parecen dispuestos a impulsar una agenda más autónoma y menos alineada con las políticas emanadas de Washington. Este giro podría marcar el inicio de una era de no alineamiento en la que la OEA recupere su papel como un espacio de diálogo y cooperación entre iguales, y no como un foro de imposiciones unilaterales.
Conclusión
En definitiva, la elección de Albert Ramdin representa una oportunidad para dejar atrás el nefasto legado de Almagro y reconstruir la OEA sobre bases más sólidas y democráticas. Sin embargo, el éxito de esta nueva etapa dependerá de la capacidad del nuevo secretario general para navegar en aguas turbulentas y demostrar que la OEA puede ser, por fin, un organismo al servicio de los pueblos de las Américas y no de los intereses de unos pocos. La región está expectante, y el tiempo dirá si Ramdin está a la altura del desafío.