Por Julio Guzmán Acosta
Las recientes elecciones en Ecuador han dejado un panorama político en constante evolución, donde la figura de Luisa González, candidata del movimiento Revolución Ciudadana, ha ido ganando terreno en medio de una polarización evidente. Aunque la primera vuelta culminó en un reñido empate, el 43,91% de votos que obtuvo González no solo mejora considerablemente los resultados del correísmo en los comicios pasados, sino que también marca un nuevo capítulo en la narrativa política del país. En este contexto, es fundamental reflexionar sobre los aportes que el correísmo ha hecho a Ecuador y cómo estos pueden ser un pilar para la reinvención del país.
Desde la llegada de Rafael Correa al poder en 2007, Ecuador experimentó una serie de transformaciones significativas. Bajo su liderazgo, se implementaron políticas que llevaron a una reducción notable de la pobreza, mejoras en el acceso a la educación y a la salud, así como un aumento en la inversión en infraestructura. Durante la década ganada, Ecuador se posicionó como un ejemplo en la región por su capacidad de crecimiento económico y estabilidad política, incluso en medio de la crisis financiera global de 2008.
Sin embargo, la salida de Correa y la posterior traición de Lenín Moreno marcaron un giro drástico en la política ecuatoriana. El regreso al poder de gobiernos conservadores, como el de Guillermo Lasso y el actual de Daniel Noboa, ha evidenciado las limitaciones de estas administraciones para abordar los problemas estructurales del país.
La violencia desmedida, la crisis de los servicios básicos y el aumento de la pobreza son solo algunas de las cicatrices que han dejado estos años de gestión. En este contexto, el correísmo resurge como una alternativa que ofrece no solo un cambio de dirección, sino una oportunidad para recuperar las bases de un Estado que funcione para todos.
El discurso del correísmo, que apela a la memoria de un Ecuador en el que la seguridad y la estabilidad eran la norma, se presenta como una respuesta a la desesperanza que sienten muchos ciudadanos. La crítica a un “nuevo Ecuador” que se ha convertido en una pesadilla no es solo retórica; refleja una realidad palpable que ha afectado la vida cotidiana de los ecuatorianos. La violencia que antes era considerada un fenómeno aislado se ha transformado en una crisis de seguridad que ha puesto en jaque la convivencia pacífica en el país.
Es crucial reconocer que el legado del correísmo no es perfecto y que muchos de los problemas actuales tienen raíces en decisiones tomadas durante su gobierno. Sin embargo, la narrativa de “Estado fallido” que se ha impuesto en los últimos años parece ignorar los logros alcanzados durante la “década ganada”. La capacidad de Correa para mantener un crecimiento sostenido y establecer políticas públicas inclusivas es un testimonio de que, a pesar de los desafíos, hay un camino que seguir.
El resurgimiento de Luisa González en esta contienda electoral representa no solo una oportunidad para el correísmo, sino también una llamada a la reflexión sobre el futuro de Ecuador. La movilización de sectores históricamente desfavorecidos, aunque no exenta de críticas, muestra que existe un deseo de cambio y de volver a construir un país donde la justicia social y la equidad sean ejes centrales.
Es evidente que el correísmo enfrenta un desafío significativo: la necesidad de reconciliarse con aquellos que se sintieron traicionados por las decisiones de Correa y su gobierno. La crítica a la “traición” de Lenín Moreno es válida, pero no puede ser la única narrativa. Para que el correísmo se reinvente y recupere la confianza de los ciudadanos, debe reconocer sus errores y aprender de ellos.
En conclusión, el contexto actual de Ecuador ofrece una oportunidad única para que el correísmo, de la mano de Luisa González y otros líderes del movimiento, pueda replantear su propuesta política. La historia reciente ha demostrado que la derecha no ha logrado resolver los problemas del país, y en ese vacío, el correísmo puede encontrar su espacio. No se trata solo de volver al pasado, sino de construir un futuro en el que la esperanza, la equidad y la justicia social sean las bases de un nuevo Ecuador. La responsabilidad de aquellos que buscan el poder es monumental, y el camino hacia adelante debe ser uno de inclusión y aprendizaje colectivo. Es momento de que el correísmo vuelva a ser un faro de esperanza para todos los ecuatorianos.
Las diferencias entre las organizaciones de izquierdas, el movimiento obrero, popular y progresista debe aparcarse por el momento y bajo la candidatura de Luisa Gonzalez emprender el camino del triunfo, derrrotando a la derecha y encausando a Ecuador por el camino de la estabilidad, haciendo un gobierno inclusivo, solidario y del bienestar social.