Por Rafael Chaljub Mejía
Cómo escribir sobre otro asunto en una fecha como la de hoy. Esta columna se publica los viernes y tengo la costumbre de escribirla en la víspera.
Los resultados de aquel levantamiento son bien conocidos y escribo estas líneas para darles un abrazo a mis antiguos compañeros de armas, a los que, en esa jornada, cayeron mártires como Manolo y veintiocho compañeros más; a los caídos en otras circunstancias, en la lucha por los mismos ideales, como Juan Miguel Román, Euclides Morillo, Reyes Saldaña y Homero Hernández, para citar sólo esos cuatro; a otros más, a los cuales la muerte natural se los ha llevado al paso del tiempo; y, por supuesto, a los veinte y cuatro que, según la lista del compañero Rafael Reyes, aún sobreviven, de los ciento catorce que formaron los seis frentes que, como semillas de rebeldía, esperanza y redención, abrieron el 1J4 en las montañas.
Se dice que donde no va el hombre va la voz. Así, en ausencia de un encuentro personal que queda pendiente para una próxima ocasión, adelanto aquí el abrazo combativo y fraternal de siempre. Por más que uno haya caminado y por más tiempo que haya pasado, hay que conservar frescas las imágenes que vienen al recuerdo de aquella ocasión memorable.
Y, sobre todo, mantener fresco el solemne compromiso de cultivar la siembra de Manolo y sus compañeros de martirio, con la convicción de que, al fin y al cabo, esa siembra florecerá y aportará sus frutos redentores.
Con este abrazo, vaya el llamado de siempre, a seguir la brega, sin cansarse ni rendirse, a pesar de los años, de los tropiezos y las caídas temporales.