Por Rafael Morla
Nacimos formalmente como nación el 27 de febrero de 1844, en medio de un enfrentamiento internacional con Haití, que se prolongó hasta el año 1856, fecha del último intento de los vecinos haitianos por retrotraernos a las viejas condiciones de dependencia, inauguradas con la invasión de Boyer el 9 de febrero de 1822. Esta segunda independencia, si asumimos que la primera fue el 1 de diciembre de 1821, también fue efímera, puesto que el 18 de marzo de 1861, es decir, 17 años después, Pedro Santana y su camarilla de traidores, que nunca creyeron en el proyecto nacional, vendieron nuestra independencia a España.
¿Qué quiere decir esto? ¿Qué enseñanza transmite a los hombres y mujeres de hoy aquella acción criminal contra la patria? Que la independencia de un pueblo, es decir, la conquista del derecho a ser libre, soberano e independiente, de toda potencia extranjera, como decía Juan Pablo Duarte, no se reduce al primer grito, a la primera proclama, y al gesto simbólico de enarbolar la bandera patria.
La independencia hay que hacerla todo el tiempo, y se manifiesta en la lucha diaria por defender nuestros valores, nuestra idiosincrasia y carácter común, nuestro territorio, los recursos naturales y el medio ambiente. Yo agregaría, que como parte del patriotismo, hay que cambiar las condiciones de vida del dominicano, superar esa pobreza, que impide que la gente encuentre el sustento, y la plenitud de su realización en la patria que le vio nacer. ¿Qué pasa cuando la gente no puede realizarse en su terruño? Emigra, y así, sobre todo a partir de la década perdida de 1980, tenemos millones de compatriotas desperdigados por el mundo, nuestros queridos emigrantes (legales e ilegales), que llevan ciertamente sus valores, cultura y costumbres al lugar de destino, pero que no tienen como propósito cambiar nada, sino atender a sus necesidades inmediatas y la educación de sus hijos.
Los filósofos tenemos la gran tarea, el gran desafío si se quiere, con vistas a una nueva práctica social transformadora, de pensar la relación entre nación, ética y política. Hay mucha injusticia, inequidad, silencio y falta de transparencia en la sociedad dominicana, y es obvio y claro que así no se construye patria. Hay que distinguir entre los intereses genéricos de todos (la nación) y el interés personal (el salario mensual de un trabajador, su interés inmediato) en otras palabras, entre el bolsillo de un servidor y el erario público. La transparencia, la equidad, los sentimientos y valores patrios generan fe y confianza en nosotros mismos, así como en los proyectos colectivos, al tiempo que le dan alas, voluntad y coraje a la nación para volar.
No les diré, como se destruye la patria, pero si, como se erige sobre bases firmes:
Dando un paso hacia adelante, me pregunto, ¿por qué hubo que realizar la restauración de la República en 1863? Porque perdimos la independencia de 1844, y hubo que hacerla de nuevo, y eso y no otra cosa es la restauración. Y como si esto no fuera nada en el Gobierno de los 6 años (1868-1874) con la sangre restauradora aún caliente, el abusador de Buenaventura Baez, trató de vender el país a los Estados Unidos, y fue mucha la resistencia y la diplomacia que hubo que realizar para impedirlo. Ya les dije, la independencia no se hace, de tal manera que ya no haya que volver sobre ella, hay que estar vigilantes, fortalecerla, porque sino corremos el riesgo de acostarnos libres e independientes, y amanecer esclavos y llenos de cadenas en la mañana, porque aunque ustedes no lo crean existen malos dominicanos dispuestos a vender la patria, porque solo les importan sus intereses personales, y no la salud, el bienestar y la independencia de la nación.
Luego, fuimos invadidos dos veces por el Gobierno de los Estados Unidos, durante el pasado siglo XX, 1916 y 1965. En síntesis, los mayores peligros desde que nos constituimos en nación han venido desde fuera: primero Haití, luego España, y finalmente Estados Unidos. ¿Qué quiero decir? Que los peligros y desafíos, afrontados por nuestro país a lo largo de su existencia tienen un carácter histórico en el sentido de que expresan el desarrollo y evolución de las circunstancias nacionales e internacionales. En este sentido, desde el punto vista externo, el peligro principal afrontado, de 1844 a 1856 fue Haití; de 1860, a 1865, fue el Gobierno y el imperio colonial español, y desde 1865, hasta el dia de hoy, fue, y lo sigue siendo, el gobierno y el imperio norteamericano.
Y esto último, de colocar en la mirilla al imperio gringo, como el enemigo fundamental de la nación dominicana, tiene en las circunstancias actuales más vigencia que nunca, puesto que la nueva administración, recién inaugurada, del magnate Donald Trump, ha asumido, como norte supremo de su accionar político retornar la grandeza a los Estados Unidos de Norteamérica. Vale la pena recordar cómo ellos lograron esa grandeza mal entendida a lo largo de los siglos XIX-XX. Comenzaron por crear la doctrina Monroe en 1823, como fundamento de su política exterior, al tiempo que consideraron como una amenaza a su seguridad nacional, cualquier intervención de las viejas potencias coloniales europeas, en la vida social y política de las recién surgidas repúblicas hispanoamericanas. Estados Unidos haciendo alarde de su vocación imperial, se cree América, y dueño señor de los países y nacionales que la integran. Hoy, pretenden volver por sus viejos fueros: ayer compraron Alaska, hoy buscan comprar a Groenlandia; ayer arrebataron a Colombia el istmo de Panamá, creando el canal interoceánica que une el pacifico con el atlántico, que en 1977 pasó al dominio panameño, en virtud del Tratado Torrijo-Carter, hoy, pretenden arrebatarle ese bien, por la fuerza si es necesario. Ayer crearon el Estado sionista de Isreal en tierras palestinas, hoy, pretenden desalojar a los palestinos de la Franja de Gaza. Nadie está seguro en el mundo, porque la seguridad anglosajona, sólo se consuma y realiza, con la inseguridad de todos.
Imbuido de su espíritu colonial implementaron por todos los países hispanoamericanos la mencionada doctrina Monroe, no quedó un solo país, libre de invasión, atropello y desconsideración. México durante los años 1846-48, tras una guerra relámpago con el imperio norteamericano, perdió la mitad de su territorio; Haití, fue invadido en 1915, República Dominicana, dos veces, en 1924 y 1965; y Nicaragua, en 1912. También, usando el poder de sus embajadas y sus agentes internos en cada país, promovieron golpes de Estado por toda América: contra los gobiernos de Jacobo Albenz en Guatemala (1954), Salvador Allende en Chile (1973), y Juan Bosch, República Dominicana, 1963.
Señores y señoras, hermanos todos, la geopolítica de la hora se mueve a millonésima por segundo, de un momento a otro países amigos se convierten en enemigos, y viceversa, adversarios, ayer, emergen a la palestra mundial como aliados.Países que durante décadas operaron unidos, comienzan a dividirse, al tiempo que emergen unidades y se conforman nuevos bloques. Hay cincuenta puntos calientes, en otras palabras, guerras, declaradas o no, entre las que sobresale el llamado conflicto entre Ucrania (antiguo territorio de la Unión Soviética) y la Federación Rusa. Esa conflagración que en el fondo es entre Rusia y el Occidente Colectivo (Estados Unidos, Canadá y Europa), marca el pulso de la hora, y no tardará en indicar de manera clara, la flecha, hacia dónde se dirige el futuro del mundo. En este sentido los desafíos diplomáticos de la República Dominicana son inconmensurables, y se necesita mucho dominio geopolítico, inteligencia, tacto y amor a la patria para afrontarlo con altura.
El reto número uno que tiene la República Dominicana, y que asumo como su gran desafío en materia de geopolítica, es prepararse para la emergencia de un mundo multipolar, con varios centros a la vez. Desde este horizonte, la política exterior del Gobierno Dominicano, es la peor de cuántas puedan haber, por su unilateralidad, por su carencia de horizontes y por no comprender el momento histórico que vive la humanidad. Puede decirse que en la República Dominicana no hay política exterior, por cuanto la suya es la del imperio. Una verdadera política hacia el mundo, que haga honor a lo que hemos sido y somos, y que al mismo tiempo, honre la trayectoria y grandeza de Duarte, Luperón y Caamaño, tiene que estar imbuida del espíritu siguiente: 1. Establecer relaciones diplomáticas con todos los países del mundo, 2. Defender el derecho a la independencia y la determinación de todos los pueblos, 3. Defender la paz, la confraternidad entre los pueblos y la solución pacífica de todos los conflictos.
¿Y Haití, nuestro vecino distante, frente al cual hicimos nuestra segunda independencia, y frente al cual desde entonces tratamos de diferenciarnos racialmente, históricamente, religiosamente, culturalmente, a fin de apuntalar la identidad propia, no constituye un peligro para nosotros? ¡Claro que sí! Tener abiertas las fronteras se traduce en inseguridad para todos, genera caos y desorden en la vida social del país, y nos hace más pobres. República Dominicana, siempre ha ayudado a Haití, pero no puede asumir todo el peso de esa carga, cuya responsabilidad debe recaer principalmente en el occidente colonizador, particularmente Francia y Estados Unidos, que son los responsables fundamentales de las desgracias del pueblo haitiano. Hoy, las potencias occidentales miran para otro lado, y piensan que no son los responsables, no solo del origen de Haití, sino también de los males que les afectan.
Haití, así como el llamado Problema dominico-haitiano tienen su origen en el conflicto intercolonial escenificado entre Francia y España, a lo largo de los siglos 17, 18 y 19 en el Caribe, que como escribió Juan Bosch era la frontera de los imperios coloniales europeos. Luego de muchas guerras en el mar y la tierra firme, la mitad de isla llegó a ser propiedad de Francia en 1777, y para 1795, en virtud del Tratado de Basilea, toda la isla quedó bajo su dominio. Por eso, 1801, Toussaint Louveture invocando dicho tratado invade la parte occidental, proclamando su indivisibilidad. Luego de una guerra prolongada entre Francia y su antigua colonia Saint Domingue, Haití logra su Independencia el 1 de enero de 1804. Luego, todos los problemas que siguieron, hasta el sol de hoy.
El problema dominico-haitinano no tiene solución inmediata, pero tiene comprensión; y como tal debe ser abordado, para que las dos naciones puedan convivir de la mejor manera, cada cual defendiendo su interés legítimo, y cada cual en su propio territorio desarrollando su proyecto de vida.La inmigracion ilegal hacia el territorio dominicano y el comercio bilateral son los dos puntos esenciales de las relaciones entre ambos pueblos y Estados nacionales. Es responsabilidad del Estado dominicano controlar la inmigracion ilegal de haitianos hacia el país, un desbordamiento en este punto pone en peligro la estabilidad nacional, y tensa las relaciones y la convivencia entre nacionales haitianos y dominicanos al interior del país. El gran reto de las autoridades de inmigracion para el 2025 es impedir la entrada ilegal, así como destruir las bandas de malos dominicanos que trafican con haitianos hacia el país. Es papel de los guardianes proteger la patria, y lo están haciendo muy precariamente.
Los enfoques desarrollados sobre este tema, ya no sirven para nuestro tiempo, sólo insisten en las diferencias, en lo que nos separa, en las heridas y dolores del pasado, por ese camino se siembran odios y se cosechan tempestades, pero no se hace patria. Ese enfoque probablemente fuera util de 1844 a 1856, cuando el Estado haitiano y sus dirigentes insistían en el propósito de que la independencia de 1844, no se consumara; también le fue útil a Santana y su camarilla para llevar a cabo la anexión a España en 1861, y al propio Trujillo y sus salomones, que junto al anticomunismo, lo integraron en la fundamentación ideológica del Estado trujillista. Es un error ser prohaitiano, y antihaitiano, son extremos que conducen al odio y al enfrentamiento. Hay que ser orgullosamente dominicano, y cuidar la patria de los peligros y adversidades.
El 25 de enero del 2005, escribí en el segundo prólogo de mi libro, Modernidad, Posmodernidad y Valores, las palabras siguientes: “frente a la barbarie, levantemos en alto la bandera de la humanidad, y como dominicanos, el ideal de dominicanidad. Reivindiquemos, aun para estos tiempos, nuestro derecho a pensar, a soñar, y a llegar a ser, cada vez más humanos. Me inscribo en el horizonte de aquellos que piensan que un mundo mejor es posible”.
¡Viva Duarte!
¡Viva Luperon!
¡Viva Caamaño!
¡Viva la República Dominicana!