Por Nelson Encarnación
Los estadounidenses tienen establecida una regla no escrita, conforme a la cual el presidente que va a salir del Gobierno tras las elecciones correspondientes de noviembre, se abstiene de adoptar decisiones trascendentales que puedan comprometer la futura gestión del ganador de esos comicios.
Ellos definen el ejercicio del gobernante en ese periodo de menos de tres meses con el llamativo nombre de “lame duck” o pato cojo, en el entendido de que un ave con esas deficiencias físicas no puede tener mayor espacio de maniobra que, a duras penas, sobrevivir.
Un presidente puede disponer, dentro de sus facultades constitucionales, incluso hasta el 19 de enero, pues su ejercicio concluye el mismo día de la investidura del sucesor, no antes.
Sin embargo, la idea de pato cojo es precisamente para que no se exceda creando entuertos al sucesor, lo que habían respetado todos, hasta la actual administración del presidente Joe Biden, quien, de pasada, es el responsable del descalabro de los demócratas, al retrasar obstinadamente el abandono de la candidatura.
Pues bien, haciendo un ejercicio de irresponsabilidad extrema, el presidente Biden autorizó al Ejército ucraniano el uso de misiles de alcance suficiente para atacar el territorio ruso, una medida que tiende a escalar el conflicto y generalizarlo en Europa, al menos hasta que asuma Donald Trump, quien se ha colocado abiertamente del lado opuesto a un guerrerista.
La respuesta inmediata del presidente ruso, Vladimir Putin, ha sido la puesta en escena de armamentos que no había estado en disposición de utilizar, como el lanzamiento reciente de un misil balístico de mediano alcance, que según los expertos es difícil de detectar y de ser abatido.
Pero probablemente lo más preocupante de la escalada propiciada por un presidente en despedida, seriamente disminuido en sus facultades, ha sido la firma de un decreto por parte de Putin para cambiar el protocolo de las armas nucleares de su país.
Es decir, se ha puesto en ascuas a todo el planeta ante la posibilidad de que el conflicto Rusia-Ucrania escale al plano nuclear con el involucramiento de otras naciones que disponen de arsenal atómico, un escenario que llevaría al mundo a la vecindad de una catástrofe casi bíblica.
Luego de esa arriesgada decisión de Biden, han faltado quienes pregunten, dentro y fuera EE.UU. si estaba en sus plenos controles cognitivos.