Por Thiago Zorrilla Acosta
Los Ángeles – En una noche que quedará grabada en la memoria de los aficionados al béisbol, Freddie Freeman se erigió como el héroe inesperado, sellando un emocionante triunfo para los Dodgers de Los Ángeles con un grand slam que puso fin al primer juego de la Serie Mundial contra los Yankees de Nueva York. En un Dodger Stadium repleto, con 52,394 almas expectantes, Freeman no solo ofreció una actuación brillante, sino que también escribió un nuevo capítulo en la historia de este icónico evento.
Era la décima entrada, el marcador estaba 2-3 a favor de los Yankees y la tensión se podía cortar con un cuchillo. El ambiente era eléctrico cuando Freeman, que había estado días lidiando con un esguince grave en su tobillo derecho, se enfrentó al cubano Néstor Cortes. En un giro del destino, el toletero tomó el primer lanzamiento que vio: una recta por dentro. Con un poderoso swing, el bate de Freeman conectó la pelota, que se elevó hacia el cielo en un vuelo majestuoso, desatando el delirio en las gradas. Con dos outs en la pizarra, el jonrón llevó la esférica a lo más profundo del jardín y también selló la victoria por 6-3 en un momento que evocó recuerdos de la legendaria hazaña de Kirk Gibson en 1988.
La comparación era inevitable. Gibson, marginado por lesiones, había hecho su aparición como emergente y había conectado un cuadrangular decisivo, dejando una huella imborrable en la historia del béisbol. Ahora, Freeman, también limitado por su lesión, se convirtió en el protagonista de su propia epopeya. De hecho, este grand slam marcó un acontecimiento inédito en la historia de la Serie Mundial, un hito que seguramente lo recordaran las generaciones venideras.
La noche no había sido fácil para Freeman, quien había pasado desapercibido en los playoffs hasta esa jugada. Después de perderse tres partidos por su lesión, había estado buscando su ritmo y, en un momento de pura adrenalina, logró convertir un doble en un triple, aumentando la emoción de un juego que ya prometía ser épico.
A pesar de la lluvia de estrellas en el terreno, con nombres como Juan Soto y Gleyber Torres brillando con sus actuaciones, el juego no se definió hasta los últimos compases. En la parte alta de la décima, los Yankees habían tomado la delantera 3-2 gracias a un sencillo de Anthony Volpe que permitió a Jazz Chisholm Jr. anotar tras un robo de dos bases. Este equipo de Nueva York, conocido por su poderío, dejó ver también su velocidad, un rasgo poco común que sorprendió a muchos.
Sin embargo, los Dodgers, siempre resilientes, tenían reservado un desenlace digno de los mejores guiones. La multitud estalló en vítores cuando Freeman corrió por las bases, mientras sus compañeros de equipo lo recibieron con abrazos y vítores. Esa imagen, un símbolo de la perseverancia y el espíritu del béisbol, fue celerado en cada rincón del estadio por los fanáticos de los Dodgers.
El primer juego de esta esperada Serie Mundial, que enfrenta a dos de las franquicias más exitosas y emblemáticas del deporte, no decepcionó. La magia del béisbol volvió a brillar en Los Ángeles, y con ella, la promesa de una serie emocionante que apenas comienza.