• La Fuerza Armada de Venezuela rechazó en un comunicado la nueva batería de sanciones, que alcanzó a un total de 16 funcionarios.
JULIO GUZMÁN ACOSTA
En el corazón de Caracas, bajo la atenta mirada de las autoridades y el fervor de sus seguidores, el presidente Nicolás Maduro se erguía como la figura emblemática de una revolución que, según él, no se detendría ante las adversidades. Fue un viernes que prometía ser marcado por el eco de las decisiones radicadas en el patriotismo frente a las sanciones internacionales. En un acto oficial, Maduro condecoró a cuatro altos mandos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), todos ellos sancionados por Estados Unidos en una nueva ofensiva contra el gobierno chavista.
Las condecoraciones, reflejo de un vínculo inquebrantable entre el mandatario y sus fieles militares, se daban en un contexto de creciente incertidumbre política y social. La FANB, que en múltiples ocasiones ha manifestado su “absoluta lealtad” a Maduro, salió al paso de las sanciones con un mensaje firme y contundente. “No somos chantajeables, ni nos dejamos intimidar por la lacra imperial”, expendió el mensaje del ministro de Defensa, general Vladimir Padrino López, en un comunicado que rechaza las sanciones impuestas y se convirtió en un grito de resistencia contra la intromisión estadounidense.
Mientras el viento soplaba cargado de tensiones, Maduro, proclamado reelecto para un tercer período consecutivo que se extenderá hasta 2031, se presentó ante sus seguidores con una retórica impasible. “Lo que ellos nunca podrán entender es que sus sanciones son condecoraciones en el alma de los patriotas que aman a nuestra Venezuela”, proclamó, mientras ante él, los altos mandos militares se erguían con firmeza. La atmósfera era electrizante; un compendio de lealtad, desafío y un firme rechazo a lo que consideraban un injerencismo grosero por parte de la administración estadounidense.
No obstante, tras el despliegue de unidades y condecoraciones, los ecos de una oposición acérrima continuaban resonando. La proclamación de Maduro como vencedor de las recientes elecciones carecía de la legitimidad que sus adversarios reclaman. A pesar del silencio del Consejo Nacional Electoral (CNE) sobre los detalles del escrutinio, la oposición reivindicaba la victoria de Edmundo González Urrutia, quien, tras la orden de captura en su contra, buscaba asilo en Madrid. Las sombras de la protesta poselectoral rondaban, dejando a su paso una estela de violencia que había cobrado la vida de 27 personas, entre ellas, dos militares.
En un contexto de amenazas e incertidumbres, el Tribunal Supremo de Justicia se posicionó inquebrantable al validar los resultados electorales. “Nuestras decisiones han estado centradas en el ordenamiento jurídico”, defendió su presidenta, Caryslia Rodríguez, quien también figura en la lista de sancionados. La legitimidad del proceso seguía siendo cuestionada por aquellos que veían en la judicialización del escenario político un acto de complicidad y abuso de poder.
Con el fervor de la Revolución Bolivariana respirando en cada rincón del acto, el presidente y sus leales militares desafiaban al mundo sin titubeos, mostrando que, en sus palabras, “ni amenazas, ni sanciones” podrían con sus principios de resistencia y unidad. Un viernes de condecoraciones, promesas de lealtad y un recordatorio de que, en la Venezuela de hoy, cada sanción se convertía en una medalla de honor en el pecho de quienes, como ellos, se consideraban defensores de un ideal en el que creían fervientemente. Así, el país seguía girando en torno a la convicción de un liderazgo que, en medio de la tormenta, se negaba a capitular.