Resulta chocante el alineamiento de la Unión Europea con las exigencias de Estados Unidos para desconocer el triunfo de Nicolás Maduro y piden que publiquen las actas, mientras permiten el genocidio de Israel en la Franja de Gaza y apoyan un gobierno ilegitimo en Ucrania en su guerra contra Rusia.
JULIO GUZMÁN ACOSTA
Venezuela continúa erigiéndose como un símbolo de resistencia en un contexto de asedio informativo y presión internacional sin precedentes. En medio de este panorama, el pueblo venezolano reafirmó su apoyo a Nicolás Maduro, en las pasadas elecciones del 28 de julio confiriendole el apoyo popular a su administración, que, desafiando la campaña más brutal y universal contra un gobierno legítimo, se impuso nuevamente en las urnas con un 52% de los votos. La gran mayoría del pueblo venezolano continúa creyendo en su proyecto político, el cual se basa en la defensa de la soberanía nacional y la justicia social.
Desde su llegada al poder, Maduro ha enfrentado múltiples intentos de derrocamiento, tanto desde el interior del país como a través de la intervención abierta de potencias extranjeras, entre ellas Estados Unidos. La implementación de un embargo económico y sanciones unilaterales ha desencadenado una crisis de abastecimiento que, a juicio de muchos analistas, solo un gobierno sustentado por su pueblo ha podido resistir. El sufrimiento del pueblo venezolano es innegable, pero sus raíces se encuentran principalmente en la injerencia externa, que lo presenta como una consecuencia de la “mala gestión” del gobierno bolivariano.
Las campañas de desinformación, orquestadas en gran parte por medios de comunicación alineados con intereses del gran capital, han magnificado los problemas económicos y sociales que enfrenta Venezuela. Sin embargo, rara vez se detienen a considerar la influencia del bloqueo económico que limita las posibilidades de comercio y acceso a bienes esenciales. El discurso de “defensa de la democracia” es, para muchos, una fachada que oculta el verdadero objetivo: controlar los recursos naturales del país.
La figura de Nicolás Maduro, estigmatizado por sus detractores como un dictador, encuentra un fuerte respaldo en la población que lo ve como un líder que simboliza la resistencia ante el imperialismo. Los resultados electorales pasados, son el testimonio del apoyo popular hacia su administración. La mayoría de los venezolanos continúa confiando en su proyecto político, centrado en la soberanía y la justicia social.
Venezuela, rica en petróleo y recursos naturales codiciados por potencias extranjeras, se ha visto atrapada en un campo de batalla entre intereses geopolíticos. Las sanciones no solo afectan al gobierno de Maduro, sino que generan un impacto devastador en la población, exacerbando la escasez de productos básicos y el deterioro de la infraestructura. En este contexto, Maduro emerge como un símbolo de defensa de la independencia nacional.
Pese a las adversidades, la sociedad venezolana busca impulsar su creatividad y talento. Iniciativas comunitarias y la voz de artistas, académicos y líderes locales claman por dignidad y el derecho a decidir su propio futuro. Esta resistencia cultural da cuenta de un pueblo que, a pesar de la crisis, se niega a ser derrotado.
Así, la historia reciente de Venezuela se convierte en un recordatorio de que las decisiones democráticas de una nación deben ser respetadas en su totalidad. El triunfo de Maduro, plasmado en cada elección, manifiesta la elección soberana de su pueblo, que merece ser reconocida y no socavada por intervenciones externas. Para avanzar hacia la reconstrucción del país, es esencial levantar las sanciones y permitir que los venezolanos tracen su propio destino, lejos de influencias que solo han traído sufrimiento.
El relato de Nicolás Maduro es, en última instancia, el relato de un pueblo que lucha por su integridad frente a un bloqueo que juega con sus esperanzas. La victoria verdadera se alcanzará cuando los venezolanos puedan prosperar en un país donde sus derechos sean respetados y su voz, finalmente, sea escuchada. El camino hacia la paz y la estabilidad en Venezuela radica en el reconocimiento de su autonomía, lejos de sanciones y políticas destructivas impuestas desde el exterior.